Leemos en la epístola a Tito esta afirmación: “Uno de ellos, su propio profeta, dijo: ‘Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos’” (1:12-14). Si el mencionado profeta era cretense, entonces, ¿decía la verdad o no? Todo parece indicar que, si dice la verdad, miente; si dice mentira, entonces dice la verdad.
Pero ¿qué quiere decir que una afirmación sea verdadera o falsa? Recurramos en esto al nunca oxidado Aristóteles: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es falso; y decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero” (Metafísica, s. IV a. C).
Sin embargo, vemos en la epístola a Tito una dificultad adicional, la cual podemos identificar con el sujeto de dicha afirmación: el tal profeta cretense. Así, constatamos que el problema va más allá de si la afirmación enunciada por este (“los cretenses son mentirosos”) es verdadera o falsa: el hablante, que era un cretense, denuncia a sus propios compatriotas y los describe como mentirosos. ¡Toda una paradoja!
Escabrosas antinomias como la descrita en la epístola de Pablo de Tarso ha conjuntado a intelectuales de distintos pelajes y épocas. Filósofos, lógicos y gramáticos, pero también teólogos y matemáticos, han intentado sortear las dificultades técnicas planteadas por este tipo de afirmaciones; todo ello desde tiempos de su enunciación inicial, atribuida al cretense Epiménides en el siglo VI a. C.
Y es que hoy, en la era de la posverdad y de la depredación voraz de la información digital, la paradoja del mentiroso está más que presente entre nosotros. Pero ¿de dónde viene todo este alboroto?
Según la mitología griega, Ápate fue una diosa liberada cuando el sello de la caja de Pandora fue roto por esta. De esa caja surgieron entonces muchas de las vilezas que aquejan a la humanidad: la locura, la envidia, la muerte, etc. Ápate es también una de ellas, y su significado griego es engaño, mentira.
Al respecto, leemos en el lúcido ensayo Los hijos de Ápate, de la escritora polaca Alicja Gescinska, que el problema de nuestro tiempo no es la verdad, sino su potente contrario, la mentira. Gescinska sostiene que no es lo mismo un “mentiroso de a pie” que un mentiroso con poder. “Trump no es un mentiroso cualquiera; ni siquiera es un relativista ingenuo. Es un mentiroso que está convencido de la existencia de la verdad absoluta, la cual, curiosamente, coincide con la suya”.
Por su parte, el filósofo británico Julian Baggini, en su Breve historia de la verdad, analiza magistralmente el papel que desempeña la mentira en la política contemporánea y enciende las alarmas sobre el peligro de jugarnos el futuro de la libertad democrática si no desenmascaramos a los mitómanos violentos y virulentos con poder y evitamos en todo momento ir a “su terreno”, pero, eso sí, los obligamos a venir al terreno de la ley y el derecho constitucional.
El cinismo mitómano de Trump —apunta Baggini— quedó desenmascarado en palabras del mismo asesor del presidente, Tony Schwartz, cuando en reiteradas ocasiones contestaba a la prensa: “Sí, eso que dijo el presidente no es cierto, pero ¿a quién le importa?”.
Veamos más de cerca el asunto. Si el presidente de algún país dijera “todos los empleados públicos son mentirosos, excepto yo”, evitaría quizá las dificultades semánticas y técnicas derivadas de la paradoja de Epiménides; sin embargo, colocaría al presidente en la nube trascendente de la “metapolítica”, es decir, en palabras de los lógico-matemáticos Alfred Tarski y Frank Ramsey, “su discurso político sería un discurso político cuyo objeto es el discurso político”.
En estas condiciones de excepcionalidad semántica, dicho presidente tendría potestades cuasidivinas de juzgar a sus anchas las acciones de sus pares y convertir las exageraciones y mentiras en “medias verdades”, sembrando con ello el caos, el resentimiento y la desinformación; materias primas de la violencia política que vive Occidente.
La democracia liberal no puede permitirse caer en estos juegos posmodernos y populistas. Contar medias verdades a partir de puras mentiras para alcanzar la popularidad y la aceptación del votante es un juego violento y vulgar que socava el sentido de la responsabilidad democrática, el cual establece que el deber del ciudadano es ser parte de un todo comunitario, y no el risueño cómplice sentimental de un tirano.
Dicen que, para veredictos, el tiempo. Habrá que esperar el juicio histórico sobre esta época oscura en que vivimos. Época en la que parecerían confirmarse las pesimistas palabras del escritor francés Jean-Francois Revel: “La primera de las fuerzas que mueven al mundo es la mentira”. La segunda, también.
barrientos_francisco@hotmail.com
El autor es profesor de Matemáticas.