Va siendo hora de dar pasos mucho más grandes para cambiar las cosas en el Ministerio de Educación (MEP) si realmente queremos obtener resultados diferentes.
El papeleo que generamos y se nos solicita solo sirve para apilar en columnas y columnas de “ampos” sin ser revisados jamás; no sirven para mejorar la calidad educativa y más bien es excusa para directores, asesores regionales y supervisores de circuito.
La calidad educativa no radica en el enfoque teórico que lo sustenta, sino en la estructura y en el engranaje ideado, contradictoriamente, para dar énfasis en aspectos administrativos sin aporte a la calidad.
Si en la entregadera de papeles, estadísticas y fórmulas entregados por nosotros diariamente a directores, supervisores y asesores, estuviera la respuesta a una educación de categoría mundial, seríamos los primeros del mundo… Sin embargo, esa “papelología” más bien nos hunde cada vez más en un sistema extremadamente formalista que traiciona sus propias fuentes epistemológicas.
A esto se le ha llamado la “burocratización del trabajo del docente”. Actas y actas de los incontables comités de los cuales debe formar parte el educador y reunirse todas las semanas (reunionitis), de las reuniones y encuentros con los padres, memorias de evaluación, autoevaluación, unidades didácticas, reuniones de orientación educativa, informes individuales para cada alumno, programas de diversidad e inclusión, más evaluaciones y otros papeleos ocasionados por la falta de personal administrativo obligan a los docentes a pasar gran parte de su tiempo –hasta el 25 %– rellenando papeles.
Se trata de una labor que empieza justificándose por la obligada rendición de cuentas del trabajador y termina imposibilitando al maestro o profesor a dedicar tiempo a asuntos más productivos, como la investigación y la preparación de las clases, factores fundamentales para la mejora cualitativa de todo proceso educativo.
Pueden entenderme en este punto perfectamente quienes trabajamos en las escuelas o colegios diariamente, o bien los familiares de profesionales de la educación porque gran parte del año no hay disponibles fines de semana ni días feriados para librarse de esa tortuosa e improductiva producción de documentos inservibles y limitadores de la calidad (cruel contradicción).
Nadie asume. Es curioso, pero en el engranaje de cuya vida depende esta paupérrima cultura del desperdicio (tanto de tiempo como de papel) ninguno de los actores educativos formales (profesionales de la educación) asume las verdaderas y determinantes funciones generadoras de resultados de calidad en el sistema.
En el caso del docente, ya hemos visto cómo esa burocracia representa una verdadera pérdida de tiempo, e impide asumir espacio para investigar e incluso dedicar momentos para leer y mejorar cualitativamente los conocimientos. Por otra parte, a muchos directores de escuela les ha “safado” una de sus principales funciones: entrar a las clases de sus compañeros para retroalimentar el trabajo de aula y velar por una verdadera calidad in situ; a los asesores quitarse de la frente que su trabajo va más por el camino de procesos de capacitación y acompañamiento en vez de la invención de “estrategias de escritorio” porque en nada se relacionan con la realidad del trabajo docente, el cual muestran conocer poco, aunque parezca increíble.
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Por último, los supervisores de circuitos educativos se han convertido en los grandes archivadores de cuanta estadística y papeleo se inventa en nuestro sistema educativo. Con tanta tecnología disponible, les aseguro que una grandísima cantidad de la estadística entregada de las escuelas y colegios harían repensar en la existencia de esos puestos dentro del sistema educativo. Son un recurso muy caro para justificarlo como si fueran los “intermediarios” de ese engranaje injustificable.
El autor es orientador.