Jueves Santo: tomo un café en casa de mi madre. Ella está concentrada viendo la película inevitable. Levanto la mirada y ahí está Charlton Heston esforzándose por ser Moisés en la célebre escena donde el dios hebreo escribe, con su dedo llameante, los diez mandamientos (que en su mayoría son más bien prohibiciones de muy diversa índole)…
La escena me ha servido para reflexionar sobre dos viejos problemas entrelazados: ¿cuál es la fuente de la moral? y ¿por qué nos atenemos a ciertas normas para guiar nuestro comportamiento?
El dedo del dios. Desde el teísmo moral del cristianismo (y el de las otras religiones monoteístas), la respuesta se resume en Éxodo 31:18: “Y cuando terminó de hablar con Moisés sobre el monte Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra escritas por el dedo de Dios”. Es decir, la fuente de la moral es la mismísima divinidad, que escribe las normas en piedra (“normas pétreas”, irreformables), y por esto debemos cumplirlas sin objetarlas. ¡Problema resuelto!… ¿O no?
No del todo si consideramos el famoso dilema de Eutifrón, llamado así por el personaje de los Diálogos platónicos al que Sócrates pregunta si Dios dicta lo que es moralmente bueno porque eso es bueno en sí mismo (p. ej., no matar, no mentir, no robar, no fornicar…), o si los actos moralmente buenos lo son porque Dios así lo dicta. Dicho de otra forma: si lo bueno es bueno por naturaleza o si se convierte en bueno cuando Dios lo decreta. En el primer caso, la naturaleza del bien sería independiente de la divinidad; en el segundo, la divinidad pudo haber dictado otras pautas (¿por qué no?).
La “solución” teológica pretende evadir el dilema, pero cae en un círculo argumentativo: Dios es el bien y el bien es Dios. Sin embargo, ¿cómo sabemos los seres humanos identificar el bien? Lo sabemos porque Dios lo revela en las escrituras; además, de acuerdo con algunas teologías, como la católica, podemos echar mano también a la luz natural de la razón, en tanto nuestra inteligencia finita de criaturas participa de la inteligencia infinita del creador.
¿Confianza en la razón? Eh…, sí mientras no contradiga a la fe. Entonces, la confianza existe a medias, y en algunos casos no se tiene ninguna, como en el fideísmo, que basa la certeza en actos de fe y hace de la autoridad su criterio de verdad.
El relativismo cultural. ¿Y si la fuente de la moral no fuese la divinidad? Una respuesta rápida sería afirmar que la moral es relativa, producto de la convención humana; es decir, de los vaivenes culturales: no hay moral universal, sino morales particulares y cambiantes.
Esa tesis aporta al problema un enfoque muy interesante, aunque parcial. Por un lado, pone la atención en la diversidad cultural, que es innegable, aunque, por otro lado, la tesis se tambalea ante la cuestión de si “todo vale”. Hasta donde me queda claro, las opiniones del relativismo se dividirían entre un cinismo peligroso, que acepta como válida (o respetable) cualquier norma moral, y un narcisismo cultural que propugna una moral como la mejor entre todas (por lo tanto, la modélica).
Hoy, gracias a la biología evolutiva y a la neuroética, sabemos que la especie humana es una. Por la mera necesidad de sobrevivir, puede ser sociable con el “prójimo”; de este modo se potencian la empatía, el cuidado, la protección, el liderazgo, el apego a la manada, el rechazo a la mentira y a la traición... Estas son tendencias evolutivas que favorecen la supervivencia; pero existen además otras tendencias, como el recelo ante el extraño, la territorialidad, la sumisión, la agresión... y hasta el filicidio, que ponen en jaque nuestra presencia como especie en el planeta.
La “pirámide moral”. Creo que Víctor Hurtado Oviedo se refiere a este orden de las tendencias evolutivas en su artículo “ La moral universal existe ” ( Opinión, 2/4/2017), cuando caracteriza la moral como una pirámide y sitúa en su base lo que llama una “moral universal”. Sin embargo, me parece que esa expresión oscurece la comprensión de esa “pirámide moral”, pues, si bien existen tendencias universales, también existen contenidos culturales como expresión diversa de la base biológica de la especie humana. Es decir, hay constantes biológicas debajo de los ropajes culturales, tendencias y contenidos de la moral, tal como lo explica José María Asencio Aguilera:
“en situaciones de peligro de extinción, la selección natural favorece a los individuos y grupos que limitan sus agresiones e incrementan los comportamientos de ayuda (para defenderse de sus depredadores, buscar alimento, etc.), al contrario de cuanto sucede cuando se incrementa la presión demográfica y disminuyen los recursos. Esta forma evolutiva de reaccionar, en términos afectivos y conductuales, aún se puede apreciar en nuestra vida actual. Nunca acostumbramos a ser más solidarios con nuestros vecinos que cuando afrontamos una desgracia en común. Y nunca más mezquinos y egoístas que cuando hemos de defender nuestra abundancia o competir por lo que escasea”.
Siendo así, me parece que el relativismo moral parte del nivel de los contenidos y en este se queda, sin ahondar en el subsuelo biológico, pero no llamaría “moral universal” a las tendencias de base que condicionan la diversidad cultural de normas y códigos. Mientras tanto, no olvidemos que el dios hebreo borra con el codo lo que escribe con su dedo cuando graba “no matarás” en la piedra, pero pasa casi todo el Antiguo Testamento ordenando a su pueblo exterminar a los infieles, que por lo visto no son “prójimos”.
La autora es filósofa.