Me han solicitado aclarar aún más la trama de la fecundación in vitro (FIV), pues la presentan acudiendo a razones sentimentales. Como se sabe, la verdad no se viste de sentimentalismos; verdad y vida van de la mano.
Visos de una sentencia. Sin embargo, entidades internacionales quieren imponer un “nuevo” concepto de vida, aquel acorde con la “manipulación del hombre”. Estos visos tiene la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) contra el país. Se apartó del artículo 4 del Pacto de San José de Costa Rica, de 1969, atinente a derechos humanos. Tal artículo afirma: “Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este derecho está protegido por la ley y, en general, a partir del momento de la concepción. Nadie puede ser privado de la vida arbitrariamente” (la cursiva es nuestra).
Como puede apreciarse, entre otras muchas cosas, la Corte IDH no le permite al Estado costarricense acogerse al término concepción y le impone la FIV, a excepción del voto salvado, con sólido fundamento, de un juez, quien amparó la posición de nuestro país.
Inicio de la vida humana. La vida humana, con base en investigación científica, comienza “aproximadamente a las 12 horas” de tenida la relación sexual (López Moratalla, 2004), pero esta investigación fue reemplazada por el informe Warnock de 1979, de origen inglés, y fija el comienzo de la vida el día 14. Por tanto, estamos ante una sentencia omisa de tan reconocida investigación. Al embrión humano formado “aproximadamente a las 12 horas”, y antes del día 14, los comerciantes de la vida lo llaman “amasijo de células”. En cambio, este embrión contiene en sí los elementos de su posterior desarrollo. Viene a ser como la luz escondida del amanecer. Precisamente, es el transferido al vientre femenino, como nacimos todos.
El filósofo Robert Spaemann, profesor de la Universidad de Heidelberg y de la Universidad de Múnich, se inclina por la concepción, la misma del Pacto de San José, como el comienzo del “género humano”, pues de la transferencia del embrión humano no nace un conejo o un gato, sino una persona.
Otros piensan distinto, como Peter Singer, muy conocido en estos ámbitos. Robert Spaemann lo cita. Dice Singer: “El derecho a la vida de un mamífero adulto debe prevalecer… sobre un niño de un año de edad”( Bioética, página 71). Ese es uno de los sustentos ideológicos de los comerciantes de la vida. Semejante a esa abominable consigna, sucede con los embriones humanos sobrantes de la FIV: los congelan, por si los dueños vuelven, o los usan para hacer experimentos, y, finalmente, los botan.
Se puede rechazar. Y ¿la duda de los diputados? La duda no existe. La sentencia de la Corte IDH sí se puede rechazar. La ley que pide nuestra Sala Constitucional tendría por contenido el rechazo mismo del fallo de la Corte, y sería supremamente preferible el pago a las partes afectadas, porque ni promesas de campaña ni acuerdos de partido están por encima del valor absoluto de la vida.
Este patrimonio histórico nacional de respeto a la vida humana está consagrado en el artículo 21 de la Constitución (La vida humana es inviolable). Asimismo, debe acatarse el artículo 105 constitucional: el pueblo, el soberano, delega en los diputados su representación.
Los mismos jueces de la mencionada Corte se desautorizaron al adelantar su opinión a favor de la FIV, antes de pronunciarse sobre el caso de Costa Rica. Lo publicó la prensa mexicana y así lo informó el Instituto de Solidaridad y Derechos Humanos a Naciones Unidas. Asimismo, el abogado Fernando Zamora, doctor en derecho constitucional, acusa la falta de imparcialidad de tres jueces implicados en la denuncia y firmantes del fallo de la Corte.
Ellos son: Margaret May Macaulay (Jamaica), Alberto Pérez Pérez (Uruguay), quien manifestó en Twitter ser partidario del aborto, y el presidente de la Corte, Diego García Sayán (Perú). (Véase Mercadeo inconstitucional de la vida , Fernando Zamora, Página Quince, La Nación , 12-12-2012).
Preservemos la vida, si queremos la paz, y que no vengan sentencias foráneas a propiciar el negocio de un grupo profesional muy particular.