La historiadora Bárbara Díaz Kayel señala que Grecia fue la cuna de la reflexión política. En ella nace la institución de la ciudadanía.
El griego polítes y el civis romano significan ciudadanos. Hombres libres, ya no súbditos. En los espacios públicos, como el ágora o el foro, encontraban un ambiente para compartir la vida plena, la «vida lograda».
El ámbito público era un lugar de encuentro para los griegos con la vida auténticamente humana. El hombre, a través de su palabra y su acción, encontraba la felicidad, la «vida buena».
LEA MÁS: Foro: Exordio a la lectura
Los asuntos trascendentales, como el origen y el destino del hombre, se fueron excluyendo del diálogo público. Posiblemente con el fin de evitar el disenso y lograr la homogeneización de la sociedad. Los asuntos morales y religiosos fueron relegados al ámbito privado.
Conforme surgieron grandes desigualdades sociales, se fue elaborando una idea abstracta de la ciudadanía. Los ciudadanos eran teóricamente iguales unos a otros. Quedaban privados de ofrecer algo a la construcción del bien común. Se dedicaron a cultivar sus propios intereses y dejaron a la institución estatal gestionar la vida pública. Se origina el estado de bienestar.
Esta pasividad ciudadana supone un gran riesgo para la convivencia social. De ahí la necesidad de recuperar el espacio público. Volver a valorar lo común, lo que nos une. A esto los griegos lo llamaban koinonía, «el lugar donde el hombre podía vivir una vida auténticamente humana, una vida feliz». Supone, asimismo, reconocer el bonum commune que todos los ciudadanos ayudan a crear.
LEA MÁS: Foro: Cambio de estrategia contra la covid-19
Pertenencia. Afirma Díaz que la ciudadanía no es una idea abstracta. Somos personas situadas, nacemos en un determinado país, hablamos un determinado idioma, somos parte de una cultura, tenemos una patria en la cual desarrollamos nuestra vida familiar, social y laboral.
Somos personas con nombres y apellidos concretos. No somos masa anónima o un individuo más. La ciudadanía no es individualista. Tenemos algo que comunicar y dar en ese espacio público al que pertenecemos por derecho propio.
En la koinonía, el espacio común, se comparten bienes, los bienes que cada uno de nosotros es capaz de dar. El bien común supone no separar, sino compartir; integrar lo privado y lo público. Ser capaces de tener algo que dar o decir con nuestro modo propio coherente de actuar.
Todos por condición de ciudadanos tenemos un papel en la vida pública, en la vida de nuestras comunidades. Desde nuestras circunstancias personales estamos llamados a ejercer de forma responsable nuestros deberes y derechos, inherentes a nuestra condición.
Involucramiento. Sería un error dejar todo en manos del Estado. Desentendernos de los afanes de la sociedad en la que vivimos. Debemos intervenir en los asuntos que por justicia nos conciernen: nuestra familia, nuestras creencias, nuestra educación. Obedecer a las autoridades legítimas es de ciudadanos, pero también intervenir y actuar en la vida pública.
Estamos llamados a ser ciudadanos cabales, capaces de trabajar con nuestros conciudadanos en una búsqueda diligente del bien común.
Buscar la unidad que no es uniformidad; es diversidad. La unidad está llena de matices. Podemos edificar un auténtico pluralismo fomentando el respeto y la comprensión mutua. Todos compartimos la responsabilidad de la construcción del bien común, la responsabilidad de ser ciudadanos.
La autora es administradora de empresas.