El acento en el debate sobre las tierras raras deja de lado un asunto relevante: el severo impacto ambiental que causa su extracción.
¿A quién le convendría hacerse responsable de una huella de carbono que está fuera de control?
El Panorama de los Recursos Globales 2019, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), señala que entre el 2000 y el 2015 los efectos en el cambio climático y en la salud derivados de sacar esos metales prácticamente se duplicaron.
Obtener una tonelada de tierras raras produce alrededor de 12.000 metros cúbicos de gases con concentraciones de polvo, ácido sulfúrico, dióxido de azufre y ácido fluorhídrico, además de una tonelada de deshechos radiactivos y 75.000 litros de agua.
El torio y el uranio dejan inservibles los suelos aledaños y contaminan también el agua y el aire. Profunda, esta cicatriz se documenta en Baotou, Mongolia Interior; el Amazonas, en Brasil; Guainía, en Colombia; el Arco Minero del Orinoco, en Venezuela; y Kuantan, en Malasia.
Es inquietante que el Acuerdo de París no criticara la industria de las tierras raras. ¿Acaso fue por presión de los nuevos lobbies, como lo sugiere Guillaume Pitron en su libro La guerre des métaux rares? En todo caso, hay un dato valioso: la revolución digital no se alimenta de bambú. No. Es adicta a las tierras raras, y, como sabemos, los titanes tecnológicos son poderosos; están hambrientos.
La era de los metales. El premio Nobel de física George Thomson la llama la “era de los materiales avanzados” porque hace posible lo que parecía imposible en la electrónica, lo digital o lo científico.
La lista es larga: escandio, itrio, lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometio, samario, europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio. Toda esta materia prima da forma a nuestro “jardín” digital.
"La tecnología ha cambiado la forma como usamos los recursos. Hace un par de décadas, la construcción de un puente como el Golden Gate requería grandes cantidades de unos pocos metales, como el hierro y el acero. Pero un teléfono inteligente moderno utiliza la mayoría de los elementos de la tabla periódica”, dice Lawrence Meinert, subdirector de la División de Energía y Minerales del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés).
La paradoja. En el 2026, el mercado internacional de las tierras raras alcanzará valores exorbitantes, pero al costo de un impacto severo en el ambiente.
Por tanto, urge la transparencia en las cadenas de suministro de esta industria. Algo que por su dimensión de poder y complejidad puede ser intimidante.
Con el tiempo, el rostro de estos materiales cambia. Pero no así la base del paradigma. ¿Qué avance de tecnología sostenible se justifica cuando el efecto perjudicial de la industria en el medioambiente es indudable? ¿Sabemos reconocer la huella de carbono que se genera en la fase más temprana de la cadena de producción de nuestro bienestar digital?
Cuesta aceptarlo: la industria digital y la industria de energías limpias están enroscadas a un fondo básico de metales y minerales absolutamente imprescindibles, y altamente contaminantes.
Es una realidad incómoda que está siendo, desafortundamente, silenciada.
pablo.gamezcersosimo@gmail.com
El autor es periodista.