En la novela El sol desnudo, el ruso Isaac Asimov escribe sobre un futuro cuando la tierra está sobrepoblada y contaminada.
Las élites de la sociedad comienzan a aislarse y, debido al desarrollo de la tecnología, las relaciones pasan a ser virtuales.
A distancia se trabaja y se compra, a distancia se conversa o se entretiene. El ostracismo poco a poco se va extendiendo, incluso a los hogares, y se pierde el sentido de lo presencial en todo momento o actividad.
Como los espacios abiertos generan inseguridad, se construyen grandes ciudades bajo techo, donde no se sabe cuándo es de día o de noche; y no se vuelve a ver el sol desnudo, ni la luna o las estrellas. El aislamiento extremo conduce a que las personas no solo rehúsen tocarse, sino que el otro les es repulsivo.
La sola presencia de otro ser humano produce repugnancia porque se perdió la normalidad del olor corporal.
Valorar. No voy a contar el resto de la novela para sembrar la curiosidad por su lectura, pero, como es usual en Asimov, lega un mensaje de humanidad: valorar lo significativo del contacto físico, del abrazo de los seres queridos, el beso del cónyuge o los hijos, el apretón de manos con los amigos y la calidez de las relaciones humanas como fueron desarrolladas desde edades ancestrales.
Aunque el avance del teletrabajo y el comercio en línea me hacían recordar la novela, el aislamiento al que nos ha llevado la covid-19 me lo ha reiterado con inusitada intriga.
¿Será que tras esta crisis la sociedad acelerará las formas de interacción virtuales en la dirección descrita por Asimov en su novela? ¿Está la realidad cada vez más cerca de la ciencia ficción?
Me cuento entre los disciplinados cumplidores de los protocolos del Ministerio de Salud y, sin duda, la comunicación a distancia nos ha evitado una mayor catástrofe. Pero, junto con sus bondades, es necesario advertir sus consecuencias.
Pérdida. Desde la perspectiva empresarial, pierde fuerza la cultura organizacional, la conexión emocional y la identificación del trabajador con ella.
Las relaciones remotas debilitan la eficacia del trabajo en equipo en situaciones extraordinarias. La despersonalización termina reflejándose en una frágil lealtad del cliente, quien puede acabar todo un pasado haciendo clic.
Desde la óptica de la sociedad, llevada al extremo, la lejanía laboral y comercial conduce a una pérdida de la capacidad de socializar y de las destrezas para la comunicación humana, lo que deriva en individualismo y soledad.
No en vano enfermedades como depresión, abulia, ansiedad, pánico, fobia social y otras han aumentado, especialmente en zonas urbanas y países desarrollados.
Aunque el fenómeno es multifactorial, los expertos citan el aislamiento y la individualización producto de la tecnología como parte de ellos.
La reclusión ha sido acertadamente promovida para minimizar los contagios. Tan pronto la superemos, será preciso solicitar, con igual o mayor vehemencia, volver a las viejas formas de convivencia, comunicación, de relaciones laborales y humanas.
El contacto, la interacción física y la comunicación directa con nuestros semejantes fueron elementos de cohesión y determinantes para nuestro surgimiento y permanencia como raza humana.
El genio de Asimov lo percibió hace casi siete décadas. Están en nuestro ADN y seguirán siendo paradigmas esenciales de nuestra existencia.
El autor es economista.