A lo largo de los siglos, las mujeres han debido luchar con denuedo para abrirse espacio en las artes, la ciencia, la política, el trabajo y en todas las áreas del quehacer y del pensamiento.
En lo deportivo, es ejemplarizante su constancia y éxito en la sociedad patriarcal que ha caracterizado la historia humana.
Por eso, satisface la evolución de nuestro Campeonato Mayor de Fútbol Femenino. Ahora es posible leer reportajes en el periódico, escuchar las transmisiones en radio o televisión y seguir la competencia hasta su desenlace.
Los fichajes de algunas jugadoras son noticia de primera plana, así como detalles sobre sus vidas. Nombres como Shirley Cruz, Raquel Rodríguez, Gloriana Villalobos, Priscilla Chinchilla, Karla Villalobos, entre otros, se tornaron conocidos.
Medios de comunicación, aficionados y las propias dirigencias de los clubes finalmente mostraron genuino interés en el fútbol femenino.
Me parece que el punto de inflexión estuvo en la organización del Mundial Femenino Sub-17, en el 2014, cuando el país se volcó en apoyo de su Selección y del torneo mismo, generando récords de asistencia al estadio e índices de audiencia que impresionaron a las autoridades de la FIFA.
Hay elementos del campeonato femenino que lo elevan muy por encima del masculino. El juego justo es uno de ellos. Se compite fuerte, pero limpiamente. Hay contacto y roces, como es natural en este deporte, pero sin la agresividad y mala fe constantes en el balompié masculino.
Más importante aún, el fútbol femenino tiene el arte del juego fluido, solo interrumpido por pocas faltas reales, no por las decenas fingidas exagerada y descaradamente por los varones.
En este último caso, se abusa del engaño y las sanciones no atinan en actos que con frecuencia hacen caer en error a los árbitros, generan polémica e injusticias, y demeritan el espectáculo.
Las futbolistas muestran más madurez emocional en la cancha y respecto por las decisiones del árbitro, no por ausencia de la disputa del balón, rivalidad o intensidad en el trance del partido.
Sin muestras bochornosas de matonismo, lenguaje soez o irrespeto a la autoridad, el balompié femenino se concentra en el fútbol, fin último y objeto del interés de quienes nos apasiona esta disciplina.
Estos aspectos de juego limpio, la madurez emocional y el respeto hablan muy bien del fútbol femenino, pero aún más allá, abre una interrogante: ¿Por qué se les sigue negando la conducción de nuestro transporte público y la dirección de nuestras empresas, instituciones públicas, municipalidades y el gobierno del país?
A todos y, principalmente a quienes seguimos el torneo femenino, tiene que habernos tocado la frase escrita por dos aficionadas en una sencilla pancarta en apoyo de su equipo en la final de diciembre del 2019: «Nunca volverán a jugar en silencio. Estamos con ustedes». Oración contundente que muestra el respaldo conseguido por las mujeres en el fútbol, aunque no fue fácil en una tierra donde el patriarcado se resiste a desaparecer.
El autor es economista.