¿Por qué tuvo que aparecer una pandemia para, de repente, caer, la mayoría de nosotros, en la cuenta de que los seres humanos dependemos unos de otros?
Vivimos en el mismo planeta, íntimamente conectados, y de cuyo destino dependemos todos. De la covid-19 nadie se salva a sí mismo, sino con la ayuda de los demás.
De poco valdrá cuidarse si los otros no lo hacen. Y, así, conscientes de la realidad sanitaria, se han tomado medidas extraordinarias para proteger a la población y evitar la propagación del SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del coronavirus.
Debemos preguntarnos por qué no se ha actuado de igual forma para contener el calentamiento global, la contaminación de los mares, la destrucción de los bosques, la polución del aire.
¿Por qué no actuamos, como sociedades, como Estados, mejor aún, como humanidad entera, de la misma manera para combatir amenazas globales que también nos afectan a todos?
Muerte lenta. La covid-19 representa un peligro inminente; puede matarnos hoy. El calentamiento global, en cambio, aniquilará a las generaciones futuras.
¿Tendrá esto algo que ver con la magnitud de nuestra respuesta? Conviene preguntarnos, entonces, qué tan solidarios somos en realidad.
Hoy, nos lanzamos en una cruzada para proteger a los adultos mayores, los mismos a quienes cada Navidad no pocas familias abandonan en hospitales nacionales para ir de vacaciones.
¿Por qué no nos habíamos preocupado antes por ellos con el mismo ímpetu si siempre han sido importantes, pues son nuestros padres y abuelos, aquellos a quienes debemos mucho de lo que tenemos?
Bienvenida sea, pues, la solidaridad que la sociedad parece redescubrir, pero no por ello olvidemos nuestros pecados pasados.
Ganancias. De esta crisis, como de todos los retos y dificultades que aparecen en el devenir de nuestras vidas, nos quedarán heridas dolorosas y valiosas enseñanzas. Aprenderemos, sin lugar a dudas, a valorar más las múltiples bendiciones que recibimos.
Desde luego, en primer término, la salud, pero, también, el calor y el cariño de nuestras familias, a veces dejadas de lado debido al trajín diario impuesto por la sociedad construida por nosotros mismos, orientada hacia la consecución de metas individuales y materiales, mas no espirituales.
Aprenderemos a valorar aún más los bienes intangibles, los que no se compran ni se venden, como la libertad, la caricia del viento en nuestros rostros o la luz del sol sobre nuestra piel. Aprenderemos, asimismo, a estimar más y dar reconocimiento a servicios que a menudo criticamos, como nuestro sistema de seguridad social. Perfectible, sí, con múltiples defectos, también, pero superior al de otros países, incluso desarrollados.
Lo mismo puede decirse de nuestra democracia y nuestro sistema político, así como de nuestros líderes, quienes han respondido con seriedad, responsabilidad y unión a un reto sin precedentes.
¿Por qué tenía que sobrevenir una crisis mundial para justipreciar lo que tenemos? No deberíamos esperar que la muerte aceche para acercarnos a los seres queridos, para tender la mano amiga a quien la necesita, para velar por el planeta que heredaremos a nuestros hijos y nietos. No deberíamos esperar más para ser una mejor persona y construir un mundo más habitable.
La covid-19 cambiará enormemente nuestra economía y nuestra sociedad, pero lo más grande y valioso es la evolución que ocurrirá en cada uno de nosotros. No esperemos y pongamos manos a la obra.
El autor es abogado.