La lectura y el estudio del pasado no debe entenderse como un ejercicio vano o anecdótico. Nos ayuda a entender y responder la mayoría de las preguntas existenciales básicas del ser: ¿Quién soy? ¿Por qué existo? ¿Para dónde voy?
En otras palabras, nos da muchos elementos para construir el futuro deseado, aunque claramente el futuro no es una extensión o proyección del pasado.
Entonces, ¿para qué y por qué estudiar la historia? Como bien señala el prospectivista colombiano Francisco Mojica, no es posible cambiar ni un milímetro de la película del pasado; lo hecho ya fue. No obstante, sí podemos encontrar en lo vivido y actuado las lecciones fundamentales para construir un futuro mejor.
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La lectura de la manera como las grandes civilizaciones, las naciones y las grandes empresas han desaparecido o lograron salir airosas de las crisis nos dan lecciones invaluables para tomar decisiones y disminuir la incertidumbre. Desde luego, también los avances de la época y la tecnología presentes son aliados fundamentales.
Sin ánimo de ir muy atrás en la historia de la humanidad y la de Costa Rica, algunos ejemplos sirven no para copiarlos tal cual, porque se entiende que son momentos diferentes, sino para descubrir la esencia que no cambia.
Al repasar la historia de la Europa posperestroika, es decir, la de finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, el desafío no era solo político por el empuje integracionista, sino también un extraordinario reto en lo cultural, social y económico.
Pero, además, hechos portadores del futuro, como la Tormenta del Desierto, hacían más difícil ver con claridad el mañana. Podría decirse que Europa encaraba un conjunto de acontecimientos disruptivos que hacían pensar que el continente ya no volvería a ser como antes.
Respuesta del Viejo Continente. Lejos de ponerse a trabajar en las diferencias y los detalles entre países, ideas o proyectos, decidieron pactar, primero, un compromiso de largo alcance, que los uniera a todos en lo fundamental.
El gran objetivo de la Estrategia de Lisboa del 2000 fue “convertirse en la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de un crecimiento económico duradero acompañado de una mejora cuantitativa y cualitativa del empleo y de la mayor cohesión social”.
En la misma Europa podría mencionarse otro ejemplo de cómo salir de una crisis valorando la coyuntura de la posguerra (Segunda Guerra Mundial como acontecimiento disruptivo) cuando este continente era un osario humano y la destrucción material era incalculable, y emerge entonces una iniciativa como el Plan Marshall para la recuperación conjunta de la Europa del oeste, orquestado por los liderazgos de las principales economías occidentales del momento.
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Más cercano a nuestra realidad, la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX, la Costa Rica que tuvo como su hecho disruptivo la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial.
Como en Europa, Costa Rica definió un nuevo futuro y aprovechó la crisis para fundar la Segunda República, donde ya muchas cosas no fueron como antes. No más ejército, no más discriminación contra las mujeres para que ejercieran el voto, una banca nacionalizada, las garantías sociales y otros grandes cambios.
Volviendo a la pregunta inicial, revisamos el pasado porque nos ofrece pistas de cómo construir el futuro, pese a que las realidades son tan diferentes a las de la Costa Rica del decenio 1940-1950; no obstante, como sostiene el escritor y premio Pulitzer Jared Diamond, en su libro Crisis: cómo reaccionan los países en los momentos decisivos, “la esencia de cómo salir adelante no cambia”.
Cuando Diamond analiza la historia de las grandes crisis de la humanidad y cómo se logra salir adelante hacia un mejor porvenir, encuentra en todos los casos cuatro elementos comunes: un acontecimiento disruptivo que empuja el cambio; ciencia y conocimiento que facilitan la construcción del faro; la estrategia; y liderazgo para conducir el proceso y apelar al sentido y orgullo de la nación.
Pistas. En primer lugar, el acontecimiento disruptivo, como indiqué, fue la guerra civil en la década de los cuarenta en Costa Rica. Un hecho con un alto potencial de transformación.
En segundo lugar, el apoyo en la ciencia y el conocimiento. Un grupo de personas notables, de amplias calidades humanas, profesionales y experiencia, desarrolla un ideario y una visión del futuro positivo, alentador y realista. Esto pasó en esa década en Costa Rica.
En tercer lugar, un liderazgo político fuerte, claro y decidido capaz de integrar las principales corrientes ideológicas. Lo tuvo Costa Rica de la mano de José Figueres, Manuel Mora, Rafael Ángel Calderón Guardia y el presbítero Benjamín Núñez.
En cuarto lugar, el apelar a un sentido de pertenencia nacional, a una identidad del ser costarricense. Una identidad que apreciaba como sus más grandes valores la solidaridad, la igualdad, el orgullo por el país, entre otras cosas.
Ahora, como en el pasado, el país debe preparase para enfrentar grandes retos, como las consecuencias del cambio climático, las migraciones, una economía mundial pospandémica, un cambio tecnológico vertiginoso y una sociedad muy polarizada.
Costa Rica puede aprovechar la oportunidad que nos da la crisis para replantear nuevamente su visión de largo alcance y salir avante para legar a la futuras generaciones un mundo más de utopía que de distopía.
El autor es profesor en la UNA y la UCR