«Los héroes de la miseria» es una bella escultura de mármol, obra del artista costarricense Juan Ramón Bonilla. Se encuentra en el Teatro Nacional. Representa a una mujer pidiendo limosna con un niño en brazos.
Simboliza y plasma la pobreza de los desposeídos. Representa, asimismo, la maternidad. Fue ganadora de la bienal en Europa, en 1907. Bonilla, con una beca otorgada por el gobierno, estudió Escultura en Carrara, Italia. Años después, regresó y donó la obra al Estado. Está ubicada en el vestíbulo del Teatro.
Algunos consideraron inapropiado situarla en el lugar donde tenía encuentro la clase privilegiada, porque representa la pobreza.
Artistas como Bonilla se forjan con el tiempo. Fortaleza y temple los acompañan en un itinerario que les conduce a la conquista de un bien arduo: la belleza.
Su promesa se cumple gracias a una tarea larga, sostenida y constante. Trabajadores silenciosos, evitan la adulación y están abiertos a la crítica: buscan perfeccionar su trabajo. No les mueve el brillo social, sino el anhelo de trascender, por eso, sus obras perduran. Varias no serán comprendidas, pero para verdades está el tiempo.
Los artistas son magnánimos, tienen grandeza de alma (magnus animus), disposición para hacer cosas grandes. Según el filósofo alemán Josef Pieper, las características de la magnanimidad son la sinceridad y la honradez. Las grandes obras llevan la firma de lo auténtico. Albergan el asombro (pathos) y el bien de una verdad.
Si aprendemos a mirar, podremos descubrir obras de arte que nos rodean. Héroes que se acercan en la pausa de los caminos. Son los desposeídos que extienden sus manos para ofrecernos la oportunidad de reparar y curar sus heridas.
El cincel del dolor ha pulido sus vidas. Se necesita valor para ver de frente el rostro de la injusticia, de la pobreza, que a pesar de ello alberga la grandeza de la esperanza; la grandeza de lo humano.
«La sociedad necesita artistas, del mismo modo que necesita científicos, técnicos, trabajadores, profesionales, así como testigos de la fe, maestros, padres y madres que garanticen el crecimiento de la persona y el desarrollo de la comunidad por medio de ese arte eminente que es el arte de educar», afirmaba Juan Pablo II.
En la educación estará siempre el retorno hacia la responsabilidad, hacia la justicia. La injusticia y la corrupción se combaten desde las aulas del hogar y de la escuela. Se combaten con el heroísmo de la coherencia, no con la cobardía de la indiferencia. Transmitamos, como los artistas, la belleza de una verdad: nuestra dignidad merece respeto.
La autora es administradora de negocios.