Aunque procuro ser optimista, no veo orfebres políticos capaces de reconstruir la patria equilibrada, progresista, segura y de valores que tuvimos. El país, alguien se lo robó, lo perdimos, o lo entregamos. Seguramente por ineptos, inútiles o corruptos.
Todo se ha vuelto caótico, cortoplacista, remendón, injusto y hasta instantáneo. No hay rumbo y la política es reactiva, irreflexiva, remendona, superficial, deudora y farandulera. En el pasado, se quiso construir el país a imagen y semejanza de la socialdemocracia, del socialcristianismo, del neoliberalismo y de la izquierda socialista y hasta comunista.
Inmersa en esas discusiones, Costa Rica se fue saturando de contradicciones y males, y no nos dimos cuenta de que a la gente no le interesan esas calificaciones porque lo verdaderamente importante para ellos es su bienestar.
Quienes defendían la socialdemocracia llevaron el país al liberalismo salvaje, y otros de izquierda olímpicamente se derechizaron. Incluso los socialcristianos se lanzaron a las aguas de sus antinomias ideológicas. Todas esas corrientes se derritieron en sus prístinos contenidos y los poderes fácticos se las tragaron suculentamente. Al final, nadie sabe qué es un partido socialdemócrata, socialcristiano, centrista o de izquierda porque todo está revuelto como en una olla de carne política.
Interés en los resultados. Al ciudadano no le importan las etiquetas porque ni la felicidad, ni el bienestar dependen de ellas. Nadie almuerza socialdemocracia, ni desayuna centrismo, ni cena izquierdismo, ni derechismo. Los gobiernos se miden por resultados y por el bienestar de la gente.
Cuando se trata de reflexionar acerca de un rumbo renovado, se empieza por sustituir los trajes apolillados, viejos y desconfiados por una nueva idea que nos atraiga pragmáticamente; una idea cimentada sobre nuestra historia, cultura y las nuevas realidades del siglo XXI.
Debemos dar contenido a una nueva idea, a la cual podríamos llamar “la teoría o doctrina de la conveniencia nacional”. ¿Cómo concretar esa idea? Haciendo lo que debe hacerse, no porque lo que deba hacerse sea porque lo demanden el partido equis u organismos internacionales, sino porque es conveniente para el país.
Es hacer aquello que es compatible con el interés nacional, y lo que es ciertamente congruente con ese interés es el bienestar de la población como un todo. La idea de la conveniencia nacional debe inspirar a los actores políticos y civiles en su trabajo. El norte que nos debe guiar a la totalidad de los costarricenses es lo que le conviene al país, por encima de los factores de poder, de intereses de minorías y de las cárceles ideológicas.
Refundación identitaria. Es la idea fuerza la que debe auspiciar la democracia total y la producción en libertad, sustentada sobre la refundación de nuestra identidad cultural, la recuperación de equilibrios y la globalización asumida con criticidad, en función de la recuperación de nuestra singularidad.
Lo que hagamos será porque le conviene al país, en concreto, a su gente. A esa idea, desde luego, debe dársele contenido, establecer los parámetros para entrar en el marco de conveniencia nacional. Así, el soberano y sus representantes tendrán espacio para debatir, definir y priorizar qué le conviene a Costa Rica en infraestructura, salud, seguridad social, medioambiente y educación, por mencionar algunas áreas.
Si, por ejemplo, explotar gas natural, o implantar la democracia digital, o simplificar tributos le conviene al país, pues lo hacemos y, si no, lo desechamos. Será una fuente pragmática, pero a la vez sustancial. Por supuesto, ni por asomo es un abandono de las ideas porque sin ellas la política es una chanfaina.
Es tan solo un nuevo paradigma, un marco de referencia más asertivo para la definición de la política pública. Costa Rica necesita ideas fuerza. La idea de la conveniencia nacional que propongo serviría para unirnos y trabajar con dirección. El debate democrático superaría las viejas ideologías y muros partidarios e intereses, y se centraría esencialmente en lo que nos conviene como país.
Sus contenidos y métodos habrán de estar esencialmente dirigidos a la participación democrática ciudadana y al bienestar de la población. Es lo ético y lo que nos conviene. Tenemos dolor, y el dolor, si no se transforma, se trasmite. Debemos transformar la crisis en un parto de esperanza. Quizás la idea de la conveniencia nacional nos ayude. Dejo abierto el espacio para el debate sobre esta propuesta.
El autor es empresario.