Leonardo Polo Barrena, filósofo, profesor universitario y escritor, se refiere a la esperanza como eje que da sentido y temple a la vida.
Su primera dimensión es el optimismo. No hay esperanza sin optimismo. El verdadero optimismo está abierto al futuro, a un futuro que puede ser mejor. El mundo es mejorable y, por eso, no hay que instalarse en el presente, sino emprender el trayecto hacia una meta.
Esta trayectoria comporta riesgo, aventura, ponerse a prueba. Requiere de motivaciones sólidas y convicciones profundas. El optimismo legítimo es el que mora en la esperanza. El conformismo es propio de personas tímidas, calculadoras y desilusionadas.
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Ponerse en marcha supone abrirse a proyectos. Esto está relacionado con la palabra existir: sistere extra, salir. Salir del inmovilismo, de detenerse en lo que se estima bastante.
El optimismo implica insatisfacción, la insatisfacción de no conformarse con lo dado. Implica crecimiento. El tiempo ya no transcurre, se vive, se aprovecha porque se pone al servicio de la vida.
Para Polo, este crecimiento es irrestricto, superior al crecimiento orgánico porque pertenece al orden del espíritu y por eso es posible en todas las etapas de la vida.
Un segundo elemento de la esperanza es la convicción de que el futuro depende de nuestro actuar, de nuestra intervención.
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Las mejoras no sucederán de modo automático sin aporte personal. Sería una esperanza falsa pensar que los tiempos son malos y no hay nada que pueda ser cambiado.
El futuro debe verse como propio porque es tarea, esfuerzo y compromiso íntimos. La tarea sería el tercer factor de la esperanza. En ella se crece, perfecciona. El futuro será mejor si mejoramos nosotros mismos. En cierta forma, los tiempos somos nosotros.
Polo apunta que la tarea esperanzada es imposible si se afronta desde la soledad. La persona aislada difícilmente llegará a un futuro mejor porque no tiene todos los recursos.
Necesita la ayuda de los demás, de la cooperación. La esperanza es fuente de solidaridad porque el futuro conlleva riesgo también.
Emprender la tarea requiere de un futuro común, un horizonte que pueda compartirse. Según Polo, correr riesgos equivale a jugar. El que espera se arriesga y el que no se arriesga no espera.
La sociedad ha de definirse como un juego de suma positiva (no de suma cero). Cabe apostar por que todos ganen. Es un juego que no agobia.
El último elemento de la esperanza es la alegría, que no puede estar desvinculada del amor. La alegría de no cansarse de dar, de departir y ayudar a crecer.
Convoca una gran fuerza del espíritu: la amistad. Como dijo el escritor inglés P. B. Shelley: «La esperanza te tornará joven, porque la esperanza y la juventud son hijos de una misma madre, el amor constante».
Todo puede caducar menos la esperanza. La esperanza no defrauda. El motivo de la esperanza siempre es trascendente. No es un capricho, sino una misión otorgada, concluye Polo.
La autora es administradora de negocios.