La población que no estaba en las trincheras en épocas de guerra, por lo general, debía ocupar su mente en algo que no les recordara a sus familiares luchando y desangrándose por una causa, una creencia o un color. Según el país, las miradas, los pensamientos, las risas e incluso la apreciación se volcaban hacia un solo aspecto: el arte.
Entretener no es para cualquiera y menos ser entretenido. Pero en tiempos complicados hasta el mínimo comentario gracioso nos saca de nuestros pensamientos y nos hace volar lejos de lo chocante que puede ser la realidad.
En nuestro país, deducimos a primera vista que no vivimos una guerra como las que conocemos o vemos en el cine y la televisión. La guerra más apremiante para el costarricense se asocia con las crisis sociales y económicas que nos ha tocado enfrentar los últimos años. Aparte de las injusticias que se siguen cometiendo en beneficio de unos pocos.
Lugar de tregua. En un periodo así, en el que el odio destila por los poros de quienes siempre necesitan opinar y en el que la intolerancia impera en los pensamientos de todos, conviene relajar nuestra mente y entregarnos a olvidar, aunque sea por un segundo, las graves situaciones que vivimos. Así, se econtrarán soluciones a los conflictos y ocuparemos nuestros sentimientos en diluir aquello que nos genere infelicidad.
Más que nunca, el arte juega un papel fundamental en la vida de un país. Habrá quienes, por supuesto, siempre apostarán por el panem et circenses para moldear los criterios de la población, pero otros vemos más allá porque el arte ayuda a distender y a redescubrir nuestro propósito como ciudadanos.
Ir al teatro, al cine, a una exposición de arte, leer un libro nuevo o escuchar una banda que nos guste son ofertas de todos los días. No solo podemos apoyar el talento nacional, sino también descubrir futuras luminarias de otros países. El arte busca ser una viva voz de cada generación y ayuda a promover el cambio de pensamiento, fuera de la caja y como verdaderos seres integrales.
Está bien, vivimos una crisis. No tapemos el sol con un dedo. Hagámonos escuchar donde debamos hacerlo y en el momento propicio, pero no olvidemos que existen muchas formas de expresarnos. Aunque vivamos en un país en el que imperen formas rutinarias de entretenimiento, no tengamos miedo de diversificar y encontrar nuevas maneras de trasladar la mente en otro lugar por un momento. Quizás terminemos encontrando una nueva vocación.
El autor es escritor y mercadólogo.