Nuestros comportamientos sociales, sentimentales, sexuales y parentales también sufren los efectos de la pandemia generada por el coronavirus SARS-CoV-2, porque, en mayor o menor medida, casi todos hemos sentido miedo.
La sensación de temor promueve la obligación social de quedarnos en casa, protegernos con mascarillas y lavarnos las manos con mayor frecuencia, pero, como indica Carlos Hue García, psicólogo y doctor en Ciencias de la Educación, si el miedo es permanente genera estrés por ansiedad e incluso angustia.
Muchas manifestaciones humanas estarán limitadas mientras dure la pandemia, debido al distanciamiento físico para evitar el contagio, tanto así que, equivocadamente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo definió como distanciamiento social cuando en realidad la separación recomendada entre personas, de 1,8 metros, no necesariamente significa falta de interacción social.
Hormona vital. No obstante, el ser humano produce sustancias como la oxitocina, conocida como la hormona del amor, del cariño, del acercamiento y la proximidad.
La oxitocina es una hormona producida por los núcleos supraóptico y paraventricular del hipotálamo, liberada a la circulación sanguínea a través de la neurohipófisis, en el sistema nervioso central, que ejerce funciones como neuromodulador.
Valentina Olivera, licenciada en Ciencias Biológicas por la Universidad Rosalind Franklin, indica que el papel más estudiado de esta hormona está vinculado a la promoción de las relaciones sociales, el vínculo madre-hijo y la creación de lazos de confianza.
Agrega que también se vincula con nuestros niveles de ansiedad, porque, de alguna forma, estos disminuyen cuando estamos interactuando socialmente, comportamiento que esta pandemia, por lo menos desde el punto de vista presencial, ha sido restringido fuertemente.
Seres gregarios. Lo cierto es que los seres humanos, aunque a veces no lo parezca, somos animales sociales. En este sentido, en un entorno natural, es imposible para personas solitarias sobrevivir, ya que siempre necesitarán la formación de grupos sociales cooperativos.
Nuestro cerebro necesita tacto, y no es de extrañar que grandes partes de nuestra «computadora orgánica» estén dedicadas a mantener relaciones sociales.
El neurobiólogo Matthew D. Lieberman manifiesta que nuestros cerebros están cableados para la conexión. Por ejemplo, dentro del cerebro humano las amenazas contra nuestras condiciones sociales se procesan de la misma manera que el dolor físico, y a este dolor de separación se le denomina dolor social, el cual se manifiesta en el mismo circuito neurológico que el dolor físico.
En resumen, la separación física nos impide el contacto y el abrazo reconfortante con nuestros familiares y amigos, lo que atenta contra la producción de oxitocina; esto atenúa la transmisión de amor y cariño al prójimo, lo cual atenta contra la felicidad y promueve la tristeza, lo que sin duda constituye el mayor flagelo ocasionado por la pandemia de la covid-19.
El autor es salubrista público.