Los niños que ingresan al albergue de la Asociación Infantil Hogar Sol cargan una triste historia de abandono y maltrato. Pero así como la flor de loto brota diáfana en medio de la más fétida ciénaga, también en medio del drama uno descubre manifestaciones de la pureza humana.
Los niños, aun en edades tempranas, desarrollan un instinto maternal o paternal. Recuerdo una niña que llegó con su hermano de poco más de un año. Aunque los niños son atendidos con esmero por las “tías” del Hogar (www.hogarsol.org), no había acto en el cual la menor no estuviera al tanto de su hermano. Corría a verlo al despertar, pedía que la dejaran darle los alimentos o llevarlo al baño. No era posible cambiarle pañales o llevarlo al médico sin que ella no estuviera presente.
Otros dos hermanos, uno de ellos con profundo retardo, problemas de motora fina y crecimiento, así como dificultades para caminar y hablar, solo emitía sonidos. Llegó como de seis años, pero mentalmente era como de tres. Su hermano, con menos problemas físicos, tenía unos cuatro años.
El hermano mayor, con gestos o ruidos, protegía al menor a toda hora, jugaba y se aseguraba si estaba cobijado por la noche o sentía hambre durante el día. Se desconsolaba cuando su hermano estaba enfermo o adolorido por un raspón.
La misma conducta muestra el resto de los hermanos mayores, independientemente de su edad o sexo.
Segundos padres. Los hermanos mayores son como segundos padres; están ahí, a la par de nosotros y, en muchas ocasiones, se han sacrificado para ayudarnos.
Un buen amigo me comentó que él no dudaba cuando debía apoyar a sus hermanos mayores cada vez que fuera necesario, pues ellos pasaron las “crudas” para que él disfrutara las “maduras”.
Proveniente de una familia asiática, migrante dos generaciones atrás, los hermanos mayores no fueron a la escuela porque desde muy jóvenes debieron trabajar a brazo partido. Solo así era posible el sostén de la familia, salir avante, y que los últimos retoños gozaran el privilegio que ellos no tuvieron: estudiar. Coincido: los hermanos menores tenemos una deuda con los grandes.
Sin que a veces lo recordemos, ellos siempre estuvieron a nuestro lado y nos tomaron fuerte de la mano para cruzar la calle, o cargaron con nosotros cuando las fuerzas nos abandonaron, o nos llevaron en su bicicleta con el riesgo de una caída por partida doble.
Cuántas veces se pelearon en la escuela o en el barrio por defendernos o batallaron en el suelo por conseguirnos confites en las piñatas de cumpleaños.
Cuando la adversidad es más fuerte, los hermanos mayores sacan los más nobles instintos y se convierten en nuestros tutores o proveedores.
Este patrón lo vi una y otra vez en el Hogar Sol, durante los años que estuve en su junta directiva, y estoy seguro de que es así es en los albergues infantiles del mundo.
Si nos tomamos un tiempo para reflexionar, ustedes mismos (hablo a los hermanos menores) coincidirán en que dicha conducta también está presente en sus hogares o estuvo durante la infancia, adolescencia e incluso adultez.
Como no existe un día del hermano mayor, sirva esta reflexión como homenaje a ellos, en especial para los míos.
El autor es economista.