Ayer, 26 de mayo del 2020, fue un día memorable en nuestra historia. En vísperas de la celebración de los 200 años de independencia, el fallo de la Sala Constitucional del 8 de agosto del 2018, acatando el de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, hizo posible el matrimonio entre personas del mismo sexo y reafirma el principio fundamental sobre el cual fue fundada nuestra nación: todos somos creados iguales y merecemos los mismos derechos.
A lo largo de estos años, cada generación ha tenido un reto particular de hacer realidad esos principios fundadores acorde con su tiempo.
La lucha no fue fácil. Por el contrario. Cuando se presentó la primera acción, en el 2003, en una sociedad profundamente conservadora y homófoba, el sueño de la población homosexual de tener los mismos derechos que los heterosexuales se veía inalcanzable.
El rechazo de ese primer intento, hace 14 años, el 23 de mayo del 2006, lo confirmó. Sin embargo, el espíritu democrático de los fundadores, una vez más, se manifestó en ciudadanos comprometidos, quienes incrementaron sus esfuerzos ilusionados con la esperanza de que llegaría el día cuando no tendrían razón para ocultar su identidad.
Y, ese día bueno, cuando la igualdad dejó de ser un sueño inalcanzable y la dignidad de la justicia resplandece para todos, al fin llegó.
Derecho a la felicidad. Este 26 de mayo del 2020 quedó garantizada la igualdad en el matrimonio. Es el reconocimiento de que la búsqueda de la felicidad es un derecho humano de todos los costarricenses, sin importar si la persona a quien aman es de su mismo o diferente sexo.
Esta decisión es un triunfo para quienes hemos dedicado nuestra vida a la lucha por la igualdad de las personas LGBTI.
Es un triunfo para las parejas de hombres y mujeres marginados de sus derechos civiles. Es un triunfo para los hijos de parejas que nunca más serán discriminados. Y, también, es un triunfo para los amigos y aliados que durante todos estos años se han unido a esta lucha.
La idea de vivir en una sociedad más igualitaria subyace en el centro de la batalla, respaldada por los dos últimos gobiernos, los cuales otorgaron algunos de los beneficios de las parejas convivientes heterosexuales a sus homólogas homosexuales a través de decretos, así como acatando decisiones de la Sala Constitucional en materia de seguros, pensiones, visitas hospitalarias y carcelarias, acceso a crédito para vivienda, etc.
Este cambio en el tratamiento político de los derechos de la comunidad LGBTI era inimaginable hace menos de ocho años.
Democracia madura. Lo conseguido hoy no da por finalizado el debate nacional sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo.
Muchas personas bienintencionadas, entre ellas políticos y operadores del derecho, basadas en creencias religiosas firmemente arraigadas, expresan abiertamente su oposición.
Tales manifestaciones, lejos de representar una amenaza o un retroceso, debe verse como parte de una democracia madura, en la cual todos pueden dar su opinión. Pero no se equivoquen. Todo intento segregacionista que pretenda acentuar y perpetuar la discriminación será repelido con la fuerza necesaria.
El hecho de que en un tiempo tan corto, como lo son 17 años, los costarricenses hagamos realidad lo imposible demuestra el valor de la esperanza, el trabajo y la imaginación en la consecución de nuestros propósitos, a pesar de nuestras diferencias.
Este es el camino elegido hace casi 200 años y, andar sobre él, nos ha hecho ser lo que somos: ejemplo de libertad y democracia en el mundo.
No importa si se es hombre o mujer, negro o blanco, creyente o ateo, joven o viejo, donde se nace o donde se vive, o las ideas políticas, o a quién uno quiera: todos tenemos derecho a vivir libremente, a ser felices y a construir nuestro propio futuro.
El autor es abogado.