La minería es traída y llevada por bandos opuestos que parecen irreconciliables. Por un lado, los ambientalistas, opuestos a la explotación minera, satanizan la actividad con los consabidos argumentos de “daños ambientales irreversibles”, “entrega de la soberanía”, “entrega de los recursos a extranjeros”, “corrupción” y otros que varían con la época, dependiendo de la mina en cuestión y según contra quien se dirijan.
Esos mismos ambientalistas callan o no se oponen con igual vehemencia cuando se trata de explotaciones por coligalleros, extranjeros o nacionales, bajo el control de mafias, cuyo único interés es apoderarse fácilmente de las ganancias que genera la actividad ilegal en condiciones de extracción casi esclavistas y sin pagar impuestos, cánones o cargas sociales de ningún tipo.
En ambos casos, los argumentos ambientalistas contra la actividad minera, generalmente, son falaces, con poco contenido técnico, y el negocio igual se lleva a cabo ilegalmente, con la complicidad del aparato burocrático o de los portillos que nuestra legislación tiene para la exportación “legal” de minerales (oro, plata, etc.).
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El caso Crucitas nada tiene que envidiar a lo que ocurre en la Amazonia, indonesia o en otros lugares, en donde cientos o miles de oreros laboran en condiciones infrahumanas, explotados y rodeados de otros tipos de explotaciones, como tráfico de personas, prostitución, alcoholismo, drogas, tráfico de armas y quién sabe qué otras cosas más.
Ninguna diferencia. Lo que pasa ambientalmente en Cutris sería parecido si el yacimiento hubiera sido explotado por la compañía minera original, solo que con maquinaria más bonita. ¡O piensan que se vería como un vergel?
Por otro lado, los empresarios mineros, las transnacionales y ciertos gremios profesionales arguyen que la minería es casi sacra, no contaminante, no destruye, no es irreversible, es ambientalmente sostenible.
Términos como ecominería y minería verde se usan para justificar o disfrazar particulares intereses económicos y gremiales. Como geólogo, me cuento entre estos últimos.
Las grandes transnacionales trabajan en las bolsas del mundo, sus accionistas no saben dónde están las minas, solo les interesan las fluctuaciones del precio internacional, pero en los niveles medio y bajo de la industria minera, en el operativo, se habla de generación de empleo, pago de impuestos, ingresos a los Estados, legalidad, sanidad ambiental y otras semiverdades que no siempre se cumplen.
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Ni correcta ni errónea. La realidad es que ninguna de las dos posiciones es cierta ni falsa, ni correcta ni errónea. La minería no es ni buena ni mala, solo es necesaria.
Toda la industria y la tecnología actuales dependen de lo que se mina. Sin los productos de los yacimientos no habría tecnología. Punto.
Hay que explotar minerales, no hay más remedio, sin argumentos que nadie cree a ambos lados de la actividad ni caer en ilusas falacias.
La actividad, de por sí, ni es satánica ni sacramental, no es buena ni mala, solo es necesaria, como el transporte, la agricultura intensiva, la actividad maderera, la industria.
Todas contaminan, unas más y otras menos, pero ninguna está exenta de impactos más o menos intensos, y la mayor parte de las veces, irreversibles.
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Conozco minas en Sur y Centroamérica, pero no he visto ni conozco a un obrero minero rico. Ellos viven de un sueldo no muy diferente al salario de cualquier obrero de industria o agricultura.
Se hacen ricos los accionistas de las compañías mineras y, algunas veces, los profesionales que descubren y desarrollan los yacimientos.
Doble discurso. Los detractores de la actividad no dejan sus celulares un momento ni abandonan sus vehículos ni dejan de usar energía. Todos consumimos productos minados en algún lado: caliza, yeso y arcilla para hacer cemento, hierro y carbón para hacer acero, metales de todo tipo para la tecnología de comunicaciones, sílice para hacer vidrio. Como ninguna de estas materias crece en plantaciones, hay que extraerlas, lo queramos o no.
La minería, entonces, ni es buena ni mala, ni más o menos impactante que otras actividades económicas intensivas, ni contaminan más o menos el medio (agua, aire, suelo) que, por ejemplo, las enormes extensiones agropecuarias en las llanuras de Estados Unidos o Europa, o la ganadería en la Amazonia brasileña.
La cuestión de fondo en este caso, y para un país tan pequeño como Costa Rica, no es si la actividad es buena o mala, sino decidir entre los involucrados, con real conocimiento de causa, si es conveniente para los intereses del país explotar sus recursos naturales, sin discusiones inútiles esgrimiendo argumentos subjetivos u opiniones que, al fin y al cabo, son solo eso, opiniones.
El autor es geólogo.