Las imágenes de la cantidad de basura dejaba en paraísos naturales durante la Semana Santa son una abominable señal de un problema urgido de solución.
El país se aleja cada día más de los relatos sobre prístinos bosques nubosos y se acerca al de espacios sumamente contaminados.
El problema empieza en las casas, cuando la costumbre es tirar basura adonde vayamos, cuando los bienes están empacados en exceso, con materiales difícilmente reciclables, o cuando impera el desinterés por averiguar qué sucede después de desechar los objetos.
Por Costa Rica corre uno de los ríos más sucios del mundo, que desemboca en el corazón turístico del Pacífico central. El tratamiento de las aguas es insuficiente y el método empleado para medir la eficacia de las plantas de desinfección no emplea técnicas modernas, más eficientes, como el conteo de bacteriófagos.
Mientras el mundo soporta carencias tremendas de agua, los costarricenses la contaminan sin comprender las consecuencias ecológicas y económicas.
¿Hasta cuándo los turistas van a comprar la imagen de paraíso verde si algunas de las más famosas playas huelen a materia fecal? ¿Cuánto tiempo más será posible vender al mundo un modelo de respeto por la biodiversidad si la población deja montañas de basura en playas, montañas y demás paraísos naturales?
La pobre educación ambiental está matando el modelo económico nacional y agrega una peligrosa presión sobre la función de los ecosistemas.
Planes de gobierno. La falta de agendas ambientales serias en las propuestas de los precandidatos electorales anunciados sienta un precedente muy peligroso, pues el deber ciudadano es elegir representantes que cuenten con la formación y el compromiso suficientes para preservar los tesoros naturales de Costa Rica.
Dicho de otro modo, gente cuya comprensión de las consecuencias de un mal manejo ambiental alcance para prevenir enfermedades y pobreza.
Debe ser prioridad combatir la contaminación, especialmente en las comunidades aledañas a los rellenos sanitarios, donde, paradójicamente, a pesar de recibir miles de camiones de basura al mes, a duras penas se recoge la basura una vez a la semana.
La respuesta al problema de los desechos requiere ser integral y permanente, por lo cual se hace necesario constituir un sistema de recolección de residuos nacional, que surja de iniciativas comunitarias y cuente con la ayuda de la empresa privada.
Mediante la unión se canalizarán apropiadamente las sustancias para el tratamiento, utilizando principios de economía de escala para reducir costos y aprovechar los materiales para crear empleo y promover la apertura de nuevas industrias.
Los sistemas de reciclaje tienen que ser objetivos y con datos abiertos, de forma tal que la población participe activamente en cada una de las etapas del proceso.
Desechos orgánicos. Los desechos orgánicos revisten especial interés, pues podrían valorizarse de muchas formas, particularmente, como factores de enriquecimiento de los suelos por medio del tratamiento apropiado. Iniciativas como la de llevar composteras a las casas serían un gran avance, pero precisan de un plan integrador a fin de utilizar los productos una vez que las necesidades domésticas estén satisfechas.
La piedra angular del sistema que propongo es un profundo sentido autocrítico educativo para entender por qué el mensaje de higiene, ornato y cuidado ambiental no está llegando a la población, y tomar medidas para fijar el rumbo apropiado.
Por otra parte, urge un compromiso de los industriales para reducir empaques innecesarios y anteponer el uso de materiales reciclables.
El Estado deberá garantizar que la recolección de residuos, el transporte y el tratamiento utilicen la ciencia como base fundamental para la toma de decisiones, con el objetivo de solventar problemas ambientales.
La reactivación económica derivada de la optimización de procesos crearía una buena cantidad de empleos y mejoraría la imagen de nuestro país como destino de inversión para muchas empresas que apuntan a públicos ambientalmente más sensibles.
El progreso no debe detenerse, y episodios bochornosos, como los vistos durante la Semana Santa, de playas y montañas rebosantes de basura, no deben repetirse si deseamos vivir en un país más próspero y saludable.
El autor es biólogo.