
Grandes desigualdades en beneficios, salarios y pensiones entre trabajadores estatales y privados; pobreza del 20 % durante décadas y que en la pandemia aumentó al 26,2 %; un gran déficit en la calidad educativa, no obstante los generosos recursos invertidos; un considerable rezago en infraestructura vial y movilidad ciudadana; y un aparato estatal enorme, cuyos ingresos, desde hace 10 años, no alcanzan, y para cubrir el faltante debe endeudarse.
Protección para los sectores arrocero, azucarero, autobusero y aguacatero, sin importar el alto costo para el consumidor, en su mayoría de bajos recursos, y cuyos habitantes ya no soportan la asfixia de más impuestos y no apoyan exonerar a ninguna cooperativa del pago de tributos. Esta es la triste imagen de un país al borde del colapso socioeconómico.
La ciudadanía consciente debe saber qué motiva al candidato a asumir el desafío de llegar al gobierno. Repasar la historia de los últimos 50 años ayudaría a enriquecer nuestro criterio. Lo que para los electores es un enorme reto, quizás para el candidato sea más bien una gran oportunidad para realizar sus planes y sueños personales.
Ser expresidente de una nación enriquece el currículo para ocupar un cargo en una universidad de prestigio o en un organismo internacional: ONU, OEA, BID, Cepal, etc.
Podría utilizar la influencia desde la posición presidencial para promover o establecer negocios durante o después de su gobierno. Liderar acuerdos de solución de conflictos bélicos, participar en conferencias y reuniones sobre asuntos económicos, políticos, sociales, deportivos o climáticos atrae la atención y el reconocimiento internacional, y tal vez un premio.
No faltará el «emprendedor político» (no arriesga recursos propios, sino los públicos) que quiera la explotación de petróleo, gas y oro, o crear una nueva institución encargada de hacer eficientes a las existentes.
Valores. Algunos opinan que quienes se meten en política tienen una reducida escala de principios —para no decirlo en términos populares—, lo cual no es del todo cierto, siempre habrá personas cuyos valores no cambian. El expresidente José Joaquín Trejos —recordado por su campaña de las manos limpias— fue un digno ejemplo de capacidad, lucha, integridad y abnegación, en beneficio del país.
Costa Rica tiene ya cinco décadas ayuna de políticos decididos al compromiso serio, de férrea voluntad para vencer los obstáculos opuestos al verdadero progreso, al bienestar de la nación.
El gobernante que se necesita no cede a la presión de empresarios que se resisten a los controles ni lo asustan las amenazas de sindicalistas irresponsables; hace a un lado la cantaleta de la paz social y reacciona con rigor legal para defender los derechos ciudadanos.
El candidato que quiere asumir con seriedad el desafío de hacer avanzar el país no busca reconocimientos, oportunidades ni beneficios personales durante ni después de su mandato, solo desea cumplir su reto con éxito para el progreso de los habitantes.
Cabe recordar el significado de la palabra abnegación: «Renuncia voluntaria a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de otras personas». Por desgracia, este bello concepto no forma parte del pensamiento de políticos egocéntricos y calculadores.
Para gobernar. Nadie espera que el presidente sepa de todo, pero sí debe tener buen juicio para reconocer y escuchar a quienes aportan soluciones de carácter económico, social y científico, necesarias para la oportuna toma de decisiones.
El presidente no necesita pedir soluciones a grupos sociales, sindicales o vecinales; debe ser consciente de que el pueblo depositó su confianza en él para gobernar, no para que pregunte cómo hacerlo.
El presidente, Carlos Alvarado, está a tiempo de cambiar la historia política, alivianar la precaria estructura estatal, lo que permitiría una operación eficiente del Estado y el empleo de recursos para el desarrollo.
El autor es ingeniero.