El deseo de ahorrar no es «cosa de ricos». Pensarlo sería, en elegante concepto de Mises, polilogismo clasista, y teorizar con base en esta idea condujo a uno de los fallos predictivos más rotundos: en la economía cerrada que modelizó Keynes, al ser la inversión inestable y decreciente la relación consumo-ingreso conforme fuese subiendo la producción año tras año, la crisis sería una constante y el gasto público la única manera de evitarla.
La tendencia histórica de crecimiento global, el hallazgo de Kuznets —que la propensión media al consumo a largo plazo era estable— y el entendimiento de que el ahorro brinda el capital que sostiene la tecnología de períodos venideros, revelaron que «algo andaba mal».
El paradigma metodológico «andaba mal»: el ahorro no es un residuo; se determina por la renta —no puede ser ahorrada una suma que no se posee—, en efecto, pero también por sus rendimientos y las preferencias intertemporales. Sus misterios habían de ser descubiertos a partir de motivaciones microeconómicas y no de prejuicios.
Y si el ahorro voluntario, lato sensu, no es «cosa de ricos», ¿por qué habría de serlo el pensional? En Costa Rica, ciertamente no lo es: las aportaciones al régimen voluntario son esporádicas y en un 80 % no exceden los ¢50.000; la población de afiliados se concentra en ingresos salariales medios.
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Economía del comportamiento. Sin embargo, la historia de las teorías de consumo está, coherentemente, imbuida por las críticas axiomáticas a la crematística entera; la más destacable es la que asestó la economía del comportamiento: la ausencia de frugalidad jubilatoria no es determinística ni elitista, sino el resultado de un cúmulo de sesgos y heurísticas antes que de la estricta racionalidad del homo economicus.
Recientemente, se suscitó una polémica sobre la inclusión de los fondos previsionales voluntarios en el cálculo para el impuesto sobre la renta. Para empezar, porque el resultado es seguro: retiros masivos.
Aquellos sesgos arriba mentados son los que permiten deducir las consecuencias: como en Chile y Perú el año pasado, la miopía —incapacidad imaginativa para dimensionar las dolencias futuras— y el descuento hiperbólico —deseos de hoy que atentan contra los de mañana— condujeron a levantar consumo transitorio —en ocasiones «suntuario»— en detrimento del permanente: miles de jóvenes requerirán décadas, debido al desempleo y la informalidad, para recuperar su nivel de capitalización previo.
De modo que merece la pena analizar la evidencia internacional no en términos de acaudalados y no acaudalados, sino en términos de países que aprovechan estas «anomalías» psicológico-económicas y países que no.
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Pensiones voluntarias. En el 2015, las naciones en Latinoamérica no superaban un 2 % de su PIB en ahorro previsional voluntario, pero no es una situación única de las economías en desarrollo; en el 2016, la participación del sector formal en pensiones voluntarias era un 9,8 % en Hong Kong. En estas pensiones, Nueva Zelanda tenía cobertura del 17 % en el 2007 y el Reino Unido, un 47 % en el 2012.
La diferencia es que estas dos últimas incrementaron dichas estadísticas al 71 % en el 2012 y al 64 % en el 2015. No hicieron más que valerse del fenómeno conductual de la inercia al statu quo —nos da pereza tomar decisiones—, así establecieron el auto-enrolment (se presume que el trabajador quiere cotizar para una pensión voluntaria y siempre puede desafiliarse, pero debe solicitarlo; no al revés, como en el resto del mundo).
Empero, comprobado por los trabajos de Hardcastle: esos novedosos incentivos no resisten la desaparición de los tradicionales. Y es que, en Costa Rica, estos ahorros poseen una sensibilidad hacendaria particular: por la flexibilidad de retiro —si bien, según grado de maduración, se devuelven los incentivos tributarios—, las vicisitudes políticas pueden degenerar en su desaparición y, como el 70 % de sus inversiones se concentran en el sector público, de su sostenibilidad depende la del endeudamiento gubernamental.
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La capitalización individual libre tendrá un papel decisivo en la senectud costarricense. El Régimen de Invalidez, Vejez y Muerte (IVM) nació bajo características demográficas muy distintas —menor esperanza de vida y mayor tasa de natalidad—; su déficit actuarial ha obligado a plantear reformas que incrementen la edad de retiro y el porcentaje cotizado, mientras reducen la pensión otorgada. A este régimen con pensión promedio de ¢278.453 solo lo sostiene otro —el ROPC— con una de ¢98.039.
El autor estudiante de economía de la UCR.