Para generar los bienes públicos esenciales para el bienestar humano se requieren recursos, por lo que es imprescindible que los miembros de la sociedad paguen impuestos.
De esta manera surgen las preguntas sobre cómo establecer esos tributos y cómo organizar el gobierno. Los economistas han llegado al consenso de que la creación de los bienes públicos y los impuestos debe seguir dos objetivos: mejorar la equidad y la eficiencia.
Los humanos tenemos dos maneras de satisfacer nuestras necesidades: resolverlas nosotros o que alguien más lo haga. Dado que vivimos repetidamente con otros, ellos van a pedirnos suplir algunas de sus necesidades y nosotros vamos a satisfacérselas, y viceversa.
De esta forma, nuestro cerebro y nuestro cuerpo evolucionaron para llevar cuenta de si esos intercambios eran aceptables para nosotros o no. De un modo general, de ahí proviene nuestro sentido de equidad.
La equidad consiste en el reparto justo, igualitario o balanceado de algún beneficio o costo entre los miembros de un grupo humano.
La equidad permite evaluar si los bienes y servicios públicos que creamos, las reglas que definimos y los impuestos constituyen una carga balanceada para los ciudadanos. Con la equidad evaluamos si la repartición entre nosotros y los demás es justa.
La eficiencia, por su parte, se refiere a la obtención de los beneficios de la cooperación con los mejores métodos y el menor esfuerzo y desgaste humano posibles. Es producir lo más que se pueda con recursos limitados.
Cuando varios humanos se ponen de acuerdo con un fin determinado, logran, en general, mejores resultados promedio para cada uno que si lo hicieran independientemente, lo cual se llama producción en grupo. La eficiencia es conseguirlo de la mejor manera posible.
Aplicación. La creación de impuestos y bienes públicos debe juzgarse contestando dos preguntas: mejoran o empeoran la equidad y mejoran o empeoran la eficiencia.
Hay dos respuestas para cada una y cuatro casos posibles. Si las dos mejoran (caso 1), parece que el impuesto es deseable. Si las dos empeoran (caso 2), claramente no lo es. Si la equidad mejora y la eficiencia empeora (caso 3), o viceversa (caso 4), eso podría ser deseable o no.
Estas observaciones sirven para asentar el pensamiento y el diálogo sobre la imposición de impuestos en tiempos atarantados como los actuales, cuando estamos amenazados por un cambio tecnológico acelerado y un virus letal.
La situación nos genera miedo, odio, ira, tristeza y hasta frustración. Sin embargo, la evolución nos ha armado con tres herramientas fundamentales para combatir estos tiempos atarantados: empatía, gratitud y racionalidad.
La empatía se usa para aceptar que nos sentimos mal y que los demás también, y quizás los otros tengan circunstancias más difíciles que las nuestras.
Hay muchas razones para sentir empatía y para recordar que somos un solo pueblo y que todos somos víctimas de una situación inesperada.
La covid-19, con toda la destrucción que ha creado, es una enfermedad relativamente benigna, y estoy seguro de que encontraremos en el futuro una solución y que el 2021 o el 2022 serán tiempos buenos.
Esto nos lleva a la segunda herramienta, la gratitud, es decir, a la sensación de agradecimiento y alegría de vivir hoy y en el futuro en tiempos propicios para la felicidad humana, a pesar de los problemas que tenemos.
La racionalidad permite entender juntos que, al hacer la escogencia de tributos, podremos encontrar algunos en los que estaremos todos de acuerdo (casos 1 y 2) y otros en los que podremos estar en desacuerdo (casos 3 y 4).
Otras herramientas en el ADN. Para poner impuestos en tiempos atarantados, conviene que partamos de la gratitud de que podremos de nuevo abrazarnos y compartir la alegría de la convivencia.
Al mismo tiempo nos va a ayudar el sentir empatía por quienes más sufrimiento afrontaron durante esta época, que de algún modo nos incluye a todos, pero que ha sido peor para ciertas personas.
Gracias a la racionalidad tenemos una guía para construir una sociedad distinta y un futuro promisorio para todos.
Los impuestos que nos hagan más eficientes, que les cobren a los más ricos y que no toquen a los más pobres serán los primeros que querremos aprobar.
Los que cobren a los pobres y nos hagan menos eficientes claramente los querremos eliminar sin mucha discusión. Los demás tendremos que evaluarlos con detenimiento usando la racionalidad para ver si efectivamente ganamos eficiencia o equidad, y si la que ganamos justifica la reducción de la otra.
Quienes tengamos mejores ingresos vamos a entender que es más fácil compartir basados en la empatía y la gratitud, y lo haremos en honor de la racionalidad, y quienes se vean beneficiados van a recibirlo con alegría y gratitud.
Las decisiones que vienen son difíciles y vamos a tomarlas como humanos que somos, mediante un proceso de interacción entre los sentimientos y la razón.
El autor es economista.