El futuro constituye un espacio de incertidumbre, de lo desconocido, pero, también, la oportunidad de hacer mejor las cosas, de consolidar lo bueno, de aprender, de trascender.
A pesar de que no es posible saber a ciencia cierta lo que sucederá más adelante, se nos presentan una serie de señales en el presente y en el pasado que nos seducen a estudiar y construir el porvenir.
No puede decirse que el futuro se define para cada quien en una tómbola. El futuro no es obra de la casualidad, sino de la causalidad.
Las personas, las empresas, las familias y los países crean el mañana cada día mediante las decisiones que toman o dejan de tomar, por tanto, la actitud en relación con el devenir es una decisión.
No es fácil sacrificar. ¿Por qué, entonces, la gran mayoría de las personas no reflexionan sistemáticamente sobre su futuro, sino que lo dejan en manos de otros o del azar?
Intentando una respuesta desde el empirismo, es porque la decisión de construir un futuro conlleva renuncias en el presente, a las cuales las personas, las empresas y los países no están dispuestos. Una de ellas es el sacrificio de beneficios y placeres hoy para maximizar la ganancia a largo plazo.
Cuando escribía este artículo, accedí a una serie de estudios de universidades e institutos de formación sobre cómo el ser humano bajo un paradigma de racionalidad limitada no tiene el incentivo para renunciar a un premio en el presente porque se le prometa el doble al cabo de uno o dos años. Se actúa un día a la vez.
Este razonamiento es característico en la gran mayoría de las organizaciones, instituciones públicas, territorios, países y familias, y, desde luego, plantea una restricción significativa para la planificación a mediano y largo plazo.
Prevalece el corto plazo. Recientemente hice, como parte de una investigación académica, un sondeo entre funcionarios. La pregunta fue qué les espera en el futuro. El resultado me mostró que el corto plazo prevalece entre los consultados.
En consecuencia, se vive al día con una mínima expectativa de construcción de lo que está por llegar. Las implicaciones de esta actitud que solo toma en cuenta los hechos más próximos afloran. El endeudamiento con tarjetas de crédito para consumo, bajo ahorro familiar y, en las organizaciones, sueños sacrificados, demanda de subsidios al Estado, tensión en las personas, triples jornadas de trabajo, etcétera. Esta vivencia nubla la visión del futuro.
Esta condición llevada a la persona, a la familia, al país o a la empresa los expone a un alto riesgo de retroceso, quiebra o estancamiento. Pero también a enfermarse, a sufrir ansiedad, depresión o atentar contra la propia vida.
Como bien lo planteó Viktor Frankl, es un imperativo del ser humano, individual y colectivamente, proyectarse en el futuro.
La visualización de una imagen en el futuro que nos espera nos da la fuerza emocional para sacrificar presente por alcanzarla, pero, además, la disciplina que se desarrolla avanzando hacia el futuro superando las distracciones del día a día nos da fortaleza para alcanzar otras metas de más jerarquía, nos da confianza, nos plantea un porvenir optimista.
Para reflexionar sobre el futuro de la mejor manera, debemos trabajar sobre las preguntas clave: ¿Quién soy? ¿Por qué existo? ¿Hacia dónde voy?
El autor es planificador.