Hace 12 años, cuando se produjo el brote de influenza H1N1, escribimos que un número enorme de individuos son susceptibles de contraer los virus respiratorios y transmitirlos, y solamente el entendimiento racional de las enfermedades emergentes nos ayudaría a sobrevivir, con pocas consecuencias, a las inexorables pandemias por venir (La Nación, 11/5/2008).
Las enfermedades infecciosas, como el SARS-CoV-2, causante de la covid-19, se controlan siguiendo las cinco estrategias esenciales del pentágono epidemiológico: vacunación, restricción del contacto con otras personas, diagnóstico, identificación de las cepas virales que circulan y educación.
Centros de investigación en el mundo, mediante ingeniería genética, generaron candidatos vacunales para proteger contra el coronavirus. Es la parte fácil. La difícil son los ensayos de eficiencia y seguridad subsiguientes. Siendo optimistas, y aunque se liberaran restricciones por la urgencia, el plazo para tener una vacuna oscila entre 5 y 15 meses, sin tomar en cuenta el tiempo de producción de los miles de millones de dosis para inmunizar a las poblaciones. La espera será larga y tendrá consecuencias.
Realidad nacional. En Costa Rica, como en otras latitudes, hemos limitando el contacto mediante el enclaustramiento, la cuarentena, la restricción en los desplazamientos, el lavado de manos, la desinfección de las superficies y la cancelación de los actos públicos. Las autoridades de salud han actuado con premura y han hecho un buen esfuerzo. Dentro de poco veremos cuán eficaces fueron las medidas.
También, como en otros países de América Latina, el diagnóstico está sesgado, pues, con excepciones, se limita a personas quienes tienen síntomas similares a los del resfrío o estuvieron en contacto con infectados por la covid-19.
Aunque es necesario, es insuficiente. Se necesita una extensa cobertura en el diagnóstico para controlar la infección. Somos miopes, y en algunos países vecinos, ciegos. Si no hay diagnóstico, no se contabilizan las infecciones.
La cobertura extensa del diagnóstico es parte del éxito en Japón y Singapur en el control de la dispersión del virus. Es necesaria para conocer la incidencia de los nuevos brotes, dar seguimiento a la cobertura del virus y tender los cercos de vigilancia y de control epidemiológicos. Las autoridades de salud hacen esfuerzos para traer más kits de diagnóstico. Sin embargo, es probable que los laboratorios de los hospitales y las clínicas públicas pronto se desborden y no den abasto, lo cual debe evitarse.
Expertos a la mano. El país debería emplear los recursos científicos y tecnológicos a su disposición. Tanto en las universidades públicas como en los ministerios e instituciones hay laboratorios y virólogos altamente calificados, en disposición de colaborar. Por ejemplo, el PIET en la UNA, el CIET en la UCR y Lanaseve del MAG tienen capacidad para diagnosticar el coronavirus.
Los laboratorios privados autorizados están cobrando precios prohibitivos (entre ¢80.000 y ¢250.000), lo cual no deja de ser extraño en medio del ambiente de solidaridad que debería prevalecer. Es aún más raro cuando existen laboratorios públicos aptos para dar el servicio de la misma forma que los hospitales.
Los científicos de esos centros públicos de investigación son los mejor capacitados para llevar a cabo el aislamiento y la identificación de las diferentes cepas de coronavirus que circulan, amén de tener los contactos internacionales pertinentes. La identificación de los virus circulantes es esencial para entender si las infecciones pertenecen a un mismo brote o a brotes diferentes, y si fueron introducidos hace tiempo o han llegado recientemente. Esta información es necesaria para entender cómo se comporta el virus y cómo su huella genética varía para seguirles el rastro a las nuevas y viejas infecciones, y para establecer las políticas de vigilancia epidemiológica.
El esfuerzo conjunto debe estar bajo la coordinación de las autoridades de salud. Es el único modo de asegurar que los procedimientos de diagnóstico sean los mismos y la información generada se concentre en un solo lugar para ser analizada. Incluso, habría que resolver algunas limitaciones prácticas, como la de los kits. Algunos provienen de compañías como Seegene, que funcionan en un equipo BioRad CFX96, inexistentes en ciertos laboratorios nacionales. La solución es adquirirlos de otras fuentes o solicitando al distribuidor la liberación de las plataformas, lo que en este momento es posible.
La educación basada en evidencia científica es necesaria porque la población debe entender de forma precisa los riesgos, las consecuencias de sus actos y las posibilidades para evitar enfermarse.
Ayuda para la prensa. A nuestro modo de ver, las autoridades de salud y los medios de comunicación han hecho esfuerzos dignos de reconocer. No obstante, en ocasiones, la información transmitida por los medios es errática, sesgada, trivial y errónea en algunos casos. Por tanto, es necesario que la prensa sea asistida por científicos calificados, quienes están en las universidades públicas y en los ministerios. Además, hay un grupo de virólogos pensionados con enorme experiencia, quizá los más calificados para instruir al público.
Las universidades estatales, por su parte, cuentan con matemáticos y epidemiólogos de calibre cuyo trabajo, codo con codo con los entes de salud, dará como resultado establecer modelos y dar seguimiento a la evolución de la pandemia. Por ejemplo, en el Programa de Medicina Poblacional de la UNA se ha entrenado una gran cantidad de epidemiólogos, incluidos muchos del Ministerio de Salud.
Al ser un país pequeño, los especialistas en virología y epidemiología de universidades, ministerios y centros de salud se conocen y han trabajado juntos. Esto facilitaría la coordinación.
La pandemia actual no es el resultado de un “virus chino”, como aseguró uno de los personajes más siniestros de este siglo, sino la secuela de nuestros actos como especie. La domesticación de los animales, la invasión del hábitat silvestre y la destrucción de los bosques nos cobran un precio, y es apenas el principio. La covid-19 llegó para quedarse y es una advertencia del futuro. Solamente los esfuerzos conjuntos basados en la racionalidad y la solidaridad mitigarán las consecuencias.
Edgardo Moreno: es inmunólogo.
Carlos Jiménez: es virólogo.