El ingreso de Costa Rica a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) significa, como dicen muy bien personas expertas, compararnos con países que hacen y deciden, de manera diferente a nosotros, las cosas, que nos superan en algunos indicadores de dimensiones fundamentales del desarrollo, pero en otros estamos igual o mejor que ellos.
Ser parte de la OCDE lleva consigo consensuar ciertas reglas de juego entre diferentes, y esto se da en campos muy variados de la política, la economía, el sistema productivo, la incorporación de la tecnología, la relación con el ambiente, el modelo institucional, la calidad de la educación, etc.
Esto supone un cambio, sin entrar a juzgar o caer en el juego de si es bueno o malo, en cómo efectuamos cosas basados en la homologación de lo que ha funcionado en otros contextos, y que se conoce como benchmarking o buenas prácticas.
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Dado que mi especialidad es la planificación del desarrollo, me he dedicado al estudio y análisis de cuán disruptiva o innovadora será la transformación que daremos en la forma en que planificamos en el país de conformidad con las directivas de la OCDE, porque no cabe duda de que habrá que cambiar varios aspectos.
El análisis señala que, efectivamente, se aproximan cambios significativos en la forma de relacionarnos con el futuro, cómo priorizamos y ejecutamos los programas y proyectos en el presente, cómo evaluamos y qué tan bien lo estamos haciendo como sociedad en el momento de crear valor para el bien común, es decir, cambios en la planificación.
Tiempos de la planificación. En el ámbito de la planificación del desarrollo, el tiempo constituye la unidad de medida fundamental para determinar el momento cuando deben visualizarse, hacerse y evaluarse las acciones.
En Costa Rica, como en la mayor parte de América Latina, el tiempo de la planificación es a corto y cortísimo plazo. En otra palabras, a un año plazo en las instituciones (aunque formalmente existan planes mal llamados estratégicos para períodos a más largo plazo) y las acciones consideradas de mayor importancia son sumadas a los proyectos para conformar el Plan Nacional de Desarrollo, instrumento muy débil que sigue siendo a corto plazo (tres años en términos reales).
En materia formal, se tiene una serie de «documentos de política» en una gama variada de ámbitos del desarrollo, como agua, salud, educación, pobreza, ambiente y producción, entre otros; no obstante, los grandes problemas nacionales no parecen estar siendo resueltos.
De manera determinante, se argumenta copiosamente sobre los riesgos y el impacto del cortoplacismo como horizonte real de planificación.
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El periodista Richard Fisher publicó una investigación en el 2019 para la BBC, titulada «The perils of short-termism: Civilisation’s greatest threat» («Los peligros del corto plazo: la mayor amenaza de la civilización»).
En el artículo demuestra que pensar en el futuro es quizá la capacidad diferenciadora más significativa del ser humano con respecto a las demás especies, pero hemos dejado de utilizarla.
Fischer cita a Thomas Suddendorf, investigador de la centenaria Universidad de Queensland, en Australia, quien señala que esa capacidad es tan poderosa que «podemos imaginar situaciones como lo que vamos a hacer mañana, la próxima semana, dónde vamos a tener unas vacaciones, qué camino profesional seguir, y podemos imaginar versiones alternativas de esas. Y podemos evaluar cada una de ellas en términos de probabilidad y conveniencia».
Señala el artículo que se ha caído en una especie de «agotamiento temporal»; desidia por pensar a largo y muy largo plazo, suponiendo que en tiempos de cambio acelerados, como los que se aproximan, dicha tarea resulta sin utilidad.
Daño generacional. Este inmediatismo en la forma de pensar en el futuro deja un gran sacrificado: las futuras generaciones. La renuncia a construir un mañana mejor como sociedad es un daño directo para el disfrute de los «derechos humanos de las futuras generaciones».
Sobre cómo relacionarnos con el futuro y cómo planificar, ¿qué señalan las directivas de la OCDE acerca de la mejor práctica? La sección de prospectiva indica que «en tiempos de cambios cada vez más rápidos, complejidad creciente e incertidumbre crítica, la gobernanza responsable requiere prepararse para lo inesperado. La prospectiva estratégica es necesaria siempre que exista un alto grado de incertidumbre en torno a los cambios en el contexto futuro relevante».
¿Qué es entonces la prospectiva estratégica y por qué la OCDE la coloca en un sitial tan destacado? Es una manera de planificar el desarrollo, que parte de un proceso participativo en el que se defina cuál es el país, la empresa, la universidad, la cooperativa o la persona que queremos ser en el futuro
Atendida esta pregunta, construimos diferentes escenarios posibles para esa imagen futura. Cuando hayamos encontrado el más conveniente para nuestro propósito, formulamos una estrategia que nos lleve hacia allá.
Estos procesos toman 10 años, como el ascenso de Shell, o 40 años, como la transformación de Dubái o la Sudáfrica posapartheid, e implican un mapa de ruta que es respetado y seguido por los diferentes gobiernos.
Esta claridad con respecto hacia donde vamos será una vacuna fundamental contra muchos enemigos de los sistemas institucionales democráticos, como populismos exacerbados (derecha o izquierda) o de formas radicales de ejercicio del gobierno, de improvisaciones o desaciertos en la gestión que encuentran su caldo de cultivo en la ausencia de visión de hacia donde nos dirigimos.
Practicar la prospectiva estratégica es poner al servicio de la humanidad la gran capacidad diferenciadora de la que habla Suddendorf, de poder reflexionar sobre el futuro, consensuar sobre cuál es el país o empresa que queremos y empujar con fuerza hacia allá.
El autor es docente en la UNA y la UCR.