La actualización de políticas de WhatsApp tuvo un efecto positivo. Concientizó a la población mundial sobre la privacidad de sus datos personales, cuestión nada nueva, puesto que desde el 2008 la Internet Engineering Task Force viene insistiendo en ello.
La preocupación acerca de cuán seguros estamos de los protocolos de la Internet se escucha también en diferentes foros al respecto.
Siempre se dice que en los países en vías de desarrollo nos importa menos la privacidad porque, de alguna forma, estamos más preocupados por la conectividad y el acceso; en contraste, en las naciones desarrolladas, como las pertenecientes a la Unión Europea, la cuestión central es regular las empresas poseedora del dominio absoluto de servicios que en apariencia son gratuitos.
La privacidad de los datos personales va más allá de lo que vemos al aceptar servicios sin pago, por ejemplo, si estuviéramos con un grupo de personas y pedimos el celular a alguien, sin clave, durante una hora, la respuesta más educada posiblemente sería un no.
Sin embargo, esa acción la realizamos a diario cuando utilizamos cuentas de correos, plataformas y todo programa gratuitos, porque damos por sentado que el check de «acepto» abrirá un mundo maravillo dentro del app.
Lo que estamos haciendo es siguiendo la analogía del celular. En otras palabras, nos entregamos de por vida a la empresa por medio de la aplicación denominada gratuita.
Usted importa mucho. Quizás pensemos, ¿de qué le sirve mi perfil a una empresa, si yo soy una persona común y corriente y no tengo mayores secretos o datos sensibles? Ahí está clave. Las plataformas se han hecho masivas y exitosas debido a ese pensamiento generalizado.
A quienes levantamos la voz a favor de la privacidad de los datos en los foros internacionales nos complace ver la reacción colectiva que se está dando, y creo que es el momento ideal para tomar decisiones que perduren en la sociedad.
Las personas perciben ahora el valor de que alguien sepa desde dónde se conecta, con quién conversa, qué ve o qué frases utiliza en sus mensajes, por ejemplo, te amo, nos vemos en el parque. Asimismo, les inquietan las imágenes que comparten. Este combinado de sensaciones está calando más en la sociedad, que hoy por hoy se preocupa por el resguardo de sus datos.
Pero debemos ser cuidadosos. El consumo desmedido de información sobre las repercusiones de las medidas anunciadas por WhatsApp también originó la instalación indiscriminada de aplicaciones bajo el supuesto de que no tienen explícitamente estas políticas en los acuerdos de aceptación.
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Tome en cuenta si dichas apps mantienen cifrado extremo-extremo (end-to-end encryption), de qué país provienen, porque de eso dependerá la jurisprudencia, y cuáles son sus mayores sponsors (patrocinadores).
Con esta información, es posible ser más críticos a la hora de definir cuáles instalar y cuáles no. Seríamos muy ingenuos si pensáramos que existe un servicio por el cual no nos piden dinero a cambio de nada, a menos que sea de código abierto (open source) o alguna derivación.
La finalidad de las aplicaciones gratuitas es vender el mejor producto concedido, y la forma de crearlo es capturando nuestra información, conociendo nuestros gustos y preferencias, qué vemos, qué borramos, qué buscamos.
Con toda esa materia prima, crean el mejor perfil digital nuestro para venderlo a uno o a muchos clientes. Esa es la razón por la cual no media pago, pero debemos preguntarnos cuánto valen nuestra privacidad y nuestros datos personales, qué información tenemos resguardada en aplicaciones o qué tipo de conversaciones confiamos a los apps.
El autor es ingeniero informático.