No todos estamos llamados a alcanzar puestos de dirección en la vida pública, pero podremos siempre ayudar con el buen ejemplo, con la educación de nuestros hijos, alumnos o compañeros. Esta pueda ser quizá nuestra mejor contribución. La formación humana es la respuesta esencial para el progreso de nuestras sociedades.
Gobernar es tarea, ciencia y arte. Jenofonte, historiador, militar y filósofo, discípulo de Sócrates, señala algunas virtudes que deben encontrarse en un buen gobernante. Abogó para que se enseñaran a los jóvenes griegos destinados al mando y fueron plasmadas en su obra la Ciropedia, inspirada en un célebre dirigente persa, Ciro el Grande.
Dentro de esas cualidades se encontraba la Eusebia o sentido de trascendencia. Gobernar es trabajar con una mirada de largo alcance. Emprender obras valiosas en beneficio de todos. Saber que todo lo que se hace siempre tiene repercusiones en el futuro. También, la Dikaiosyne, una virtud que se orienta hacia la Justicia. Un buen gobernante trabaja con sentido de responsabilidad. El gobierno no es un privilegio, es una obligación porque gobernar es una tarea de servicio. Aidós es el respeto con el que se debe tratar a todos. Deben ser tratados con consideración y sin prepotencia. Este es el trato correcto.
Quien gobierna transmite optimismo, pues ello da fuerza, cohesión e ilusión. Esta virtud está muy relacionada con la Praótês, una cordialidad en el trato que evite tantas distancias innecesarias. Y la Peithó, una cualidad vinculada a la obediencia. No sabe mandar quien antes no sabe obedecer. Esta fue una actitud que se inculcó firmemente en los hijos de los nobles. Con ella, se llegaba a la Eukosmía, el buen orden derivado de la disciplina.
Finalmente, la Enkráteia, el dominio de sí mismo. Un buen gobernante debe manifestar fortaleza ante la adversidad. Necesita un equilibrio interno, una estabilidad emocional para superar los obstáculos. Un mandatario voluble produce desconcierto. En las situaciones límite, es donde debe demostrar la solidez de su temple o carácter.
Otro gran formador de gobernantes en la Antigüedad greco-romana fue el historiador Plutarco. Animaba a buscar siempre lo que suma, a no centrarse en lo que resta. La política es el arte de sumar, es una ciencia vocacionalmente integradora. Aconsejaba a los dirigentes que los demás puedan comenzar donde ellos han terminado.
La primera misión de un buen gobernante es formar bien a sus posibles sucesores, algo que requiere de mucha humildad. Ante los aduladores, les recomendaba asomarse por encima del círculo aúlico, porque estos le aislarán de la realidad. Un gobernante prudente sabe escuchar a todos. Luego da su opinión. Procurará siempre tener una visión de conjunto. Sabe que obtendrá criterio en el terreno de la experiencia.
Pienso que una de las cualidades indispensables, sine que non en un gobernante, es la integridad. Nos hemos acostumbrado a la palabra corrupción. Corrupción proviene del latín corruptio (acción o efecto de destruir, acción de dañar, sobornar o pervertir a alguien).
La mentira y el robo son tan antiguos como la historia de la humanidad. Ya Cicerón fue testigo de la corrupción en la tardía República romana. Fue fácil para Odoacro tomar Roma. Estaba derrumbada a sus pies. La crisis de integridad se gesta, primero, en las personas y luego en las instituciones, devastando algo que es vital: la confianza. Es preciso una renovación moral de la cultura de las instituciones públicas.
Ello pasa por la reforma de las actitudes y disposiciones éticas de quienes ostentan el liderazgo político, religioso y económico. Así como la corrupción es tan antigua, la honradez también lo es. En la Ilíada, obra maestra de Homero, Aquiles grita con angustia: “Odio, como a las puertas de la muerte, al hombre que dice una cosa, pero esconde otra diferente en su corazón”. La tiranía es una de las manifestaciones más patentes de la corrupción. Conduce a la ineficacia y está basada en la desconfianza.
Hermosa frase del poema de William Ross: “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna al mundo”. Elogia la maternidad como la fuerza para el cambio en el mundo. Se ha comprobado que la presencia de las mujeres en ámbitos decisorios políticos origina mejores gobiernos, por cuanto las mujeres son más honestas.
La institución familiar, primer agente educador, provee las defensas, las fuerzas morales para entender la identidad de una nación, cuidarla, protegerla y potenciarla. No podemos entregar a nuestros hijos un país descompuesto. Nos jugamos su futuro. Ante esta deuda, exigimos justicia y unidad nacional. Gobernar es educar.
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Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.
