«Hacete el ruso», esa salida netamente costarricense, es una reliquia lingüística de la Guerra Fría, un recuerdo de los días en que la Unión Soviética nos decía una cosa mientras hacía otra. Hablar de paz; pero hacer la guerra. A la luz del sol: consignas de paz, libertad, justicia y soberanía. Pero en la oscuridad: desestabilización, subversión, explotación, pauperización y avasallamiento de pueblos alrededor de todo el mundo. «Hacerse el ruso», como lo explica el internet al resto del mundo hispanoparlente, para el tico significa mentir, fingir, evadir, despistar, distraer, hacerse de la vista gorda, hacerse el loco, palabrear... Pero siempre con un motivo oculto.
Mientras el mundo trata de adivinar la siguiente jugada de Putin, es vital que algo nos quede claro: la paz en Europa y en el mundo se encuentra totalmente en manos de un solo hombre, y ese hombre es un autócrata con una sed insaciable de poder y venganza.
La palabra clave a entender es «insaciable».
No hay resolución psicológica posible para el resentimiento que arde detrás de esa glacial mirada de Putin. Él mismo recuenta elocuentemente su humillación, en el instante en que se derrumbó la Unión Soviética, la soledad y terror que sintió como joven operativo de la despiadada KGB en Dresden, Alemania Oriental, cuando se le silenciaron los teléfonos al Kremlin. En un instante, Putin pasó de ser depredador a presa: un pequeño hombre solo, aislado, asediado y despiadado, desnudado de poder y pretensiones. Y toda esta tragedia, según lo explica Putin, «la tragedia más grande del siglo XX», fue culpa de Estados Unidos y de Occidente.
Todas las acciones revanchistas de Putin han sido guiadas por el oportunismo. Son apuestas astutas para sembrar divisiones en Europa y el caos y, aprovechar ese caos, la confusión, la ignorancia y el ensimismamiento de Estados Unidos, que ha venido dejando vacíos de poder en todo el mundo.
Sin fuerza suficiente
Por el momento, Rusia sencillamente no está lista para subyugar a Ucrania con una conquista militar. No tiene fuerza suficiente. El momento tampoco es propicio. El despliegue principal de las fuerzas armadas rusas tiene apenas 150.000 soldados, juntos y revueltos, en una aglomeración semi-coherente e improvisada de jaladas de todas las extremidades de Rusia, que agotan casi la mitad de su poder neto de batallones de infantería. Putin y sus generales deben estar supremamente concientes de que, si bien, tienen lo suficiente para arrasar las fuerzas armadas netamente defensivas de Ucrania, ni se aproxima a lo necesario para sostener ese territorio frente a una tenaz guerra de guerrilla y resistencia civil.
De hecho, el Kremlin apenas se ha molestado en montar una campaña mediática interna para movilizar a los rusos y prepararlos para las 10.000-20.000 bajas propias que los expertos militares creen dejaría la contienda, mucho menos para las escenas desgarradoras de muertos y heridos civiles ucranianos, que se podrían anticipar de una invasión fratricida para subyugar a otra población eslava. Todo esto sugiere que una «invasión», jamás ha sido el plan principal de Putin.
El objetivo más racional de Putin es medir la capacidad, unidad y voluntad de las reacciones de Occidente, y con base a eso, determinar con que botín se puede fugar sin riesgo de perder el control de la situación. El premio máximo, por supuesto, sería que Europa misma le haga el favor de aniquilar la soberanía de Ucrania. Pero la aquiescencia a su anexión de franjas de territorio europeo y sus poblaciones también sería una victoria formidable.
Sea que Putin invada o no invada, sus acciones se deben entender, más bien, como lo que en términos militares se llama un «reconocimiento en fuerza». Este es un tipo de operación militar, que utiliza el combate real para probar las disposiciones del enemigo. Para ponerlo en términos de la tauromaquia, Putin es como el torero que tantea la «querencia», el lugar donde el torero, por primera vez, logra adivinar las intenciones e inclinaciones del toro, para desgastarlo, bajarle la cabeza, siempre con miras a la estocada, al momento de decisión.
Más que metafóricamente, sino como indicador de sus reflejos mentales reales, recordemos que Putin es un yudoca, de hecho, el único ruso en alcanzar el nivel 8-dan, un rango máximo de ese deporte. Putin entiende cómo presentir instintivamente el flujo y el movimiento de la lucha, voltear el peso y las reacciones del contrincante en contra propia, para desequilibrarlo y derribarlo.
Una invasión frontal de Ucrania es precisamente lo que Putin quiere que anticipemos y es obvio que él anticipa que es eso lo que anticiparemos. «Invasión» es el objeto encandilador e hipnotizante que Putin bambolea bajo nuestras narices, para inducir la ilusión óptica de que, si meramente logramos evitar esa invasión o si como él, «nos hacemos los rusos» y le ponemos otro nombre, nos habremos salvado de la guerra y podemos respirar tranquilos.
Sin embargo, la guerra real, la de hoy —no la de los juegos de video y Netflix—, tal y como se libra actualmente, en la segunda década del siglo XXI, implica el uso de violencia híbrida, no-lineal, asimétrica, subversiva, desestabilizadora, que despliega elementos políticos y psicológicos que van mucho más allá de las invasiones con arsenal convencional de aviones, tanques, buques y soldados.
Putin, es el gran maestro de ese nuevo tipo de conflicto y ya ha desatado sobre Ucrania ese arsenal de guerra hibrida, con maniobras, tretas y ataques, tanto convencionales como cibernéticos, psicológicas y de desinformación. Al instante que profesaba su anhelo de paz ante una rueda de prensa con el canciller alemán, Rusia lanzaba un ataque cibernético masivo contra los sistemas informáticos del Ministerio de Defensa de Ucrania; difundía cientos de alertas falsas de bombas en las ciudades para cundir el pánico y asaltaba las computadoras del sistema bancario, congelando las cuentas de gente ordinaria, o sea, de civiles como usted.
Si ese es el objetivo de Putin, también debemos entender su motivo.
Ucrania y Occidente
La causa real de Putin contra Ucrania es que los ucranianos son eslavos, hermanos y hermanas, carne y uña de los rusos, de voluntad independiente, que están superando su propia turbia historia y, pese a todas sus imperfecciones, están prosperando bajo las instituciones de la libertad, de la democracia, de la economía de mercado y del imperio de la ley, es decir, como una nación que se integra cada vez más con Occidente, dejando atrás a Rusia.
Rusia, después de 20 años de Putin, le vende al mundo hidrocarburos, trigo, madera y armas, exactamente lo que vendía Rusia bajo los zares. Sigue dirigida con esa misma mentalidad de autocracia, prepotencia y criminalidad cleptocrática del Kremlin.
La Rusia de Putin es la Rusia de siempre. Pero la Ucrania de hoy es una nación con futuro. El éxito de una Ucrania encaminada hacia Occidente es lo que representa la amenaza más mortífera para Putin, precisamente, por lo estrecho de los lazos históricos, raciales, culturales y geográficos de esos dos países.
Por eso, no existe oferta o arreglo que deje a Putin satisfecho. No existe concesión alguna que Europa, la OTAN o Estados Unidos otorgue que pueda apaciguar a Putin, ni traer paz. Lo único que puede asegurar la paz es garantizar que Putin no pueda hacer la guerra.
¿Y porqué esta pugna tan remota, una guerra civil entre eslavos, debe interesarle al resto del mundo, sin decir que a los costarricenses?
En breve: porque Rusia no actúa sola. Junto con China e Irán integra un grupo de poderes revanchistas y autocráticos. Esta contienda se libra en todo el mundo. Lo que está en juego es, nada menos, que el futuro de la humanidad. Y los espacios soberanos para la libertad y la conciencia individual, amparados por un orden internacional que hace posible la democracia, la libertad, la justicia y la prosperidad para todas las naciones independientes que lo anhelan, como Costa Rica.
Pacto entre Rusia y China
Durante las Olimpiadas de Beijing, Rusia y China firmaron un pacto histórico, la tal llamada «declaración conjunta» del 4 de febrero del 2022, que anuncia con franqueza absoluta, «sin limites a su amistad» y «sin áreas prohibidas para la cooperación», y que son ellos, Rusia y China, y no las democracias de Occidente, quienes representan el verdadero futuro de la democracia.
Lo que realmente debe inquietarnos es que desde acá podemos visualizar un momento en que Rusia, Irán y China sienten que actuando de forma simultanea —y no individual y secuencial como lo han venido haciendo hasta ahora— tendrán la oportunidad de abrumar la capacidad de respuesta de Estados Unidos y de Occidente.
Rusia no esta lista para adueñarse de Ucrania, solo para destruirla, y eso es objetivo suficiente para Putin. Pero si no detenemos a Putin ahora, pronto afrontaremos un momento en que Rusia, Irán, China y sus aliados, actuando de forma simultanea, tendrán la oportunidad de abrumar la capacidad de respuesta de Estados Unidos, Europa y el mundo libre, y adueñarse del futuro.
No debemos dejar de imaginar otro futuro. Pese a todo lo dicho, existe otra Rusia posible, inclusive quizás bajo Putin, una Rusia que conocemos y necesitamos, de hecho una Rusia que amamos. Lo mismo se puede decir de China y hasta de Irán. Ese mundo está a nuestro alcance. Mucho depende de nosotros y está en nuestras manos, para convertirlo en realidad. Pero eso lo dejo para el próximo artículo.
Roger Pardo-Maurer: de origen costarricense, fue subsecretario adjunto de defensa de Estados Unidos (2001-2006) y es veterano de combate de las Fuerzas Especiales de EE. UU. en Afganistán e Irak.