Poco después de la inauguración de nuestro laboratorio en Liberia, en julio del 2006, discutí con mi hermano Rónald la importancia de iniciar el reclutamiento de jóvenes en la comunidad de Liberia, para darle vida a lo que me llevó a poner a Ad Astra en el corazón de Guanacaste: desarrollar un polo tecnológico de primer orden en esa bella provincia y moverla mucho más allá del turismo.
Había materia gris en abundancia, pero debíamos entrenarla, y esa era parte de nuestra misión.
Pusimos manos a la obra, nos acercamos en varias ocasiones a jóvenes trabajadores en comercios y, de manera informal, sin que se percataran, los entrevistábamos en busca no solo del talento, sino de valores, actitud, personalidad y deseos de superación.
Les daríamos trabajo en nuestro laboratorio y los entrenaríamos en el mundo de los negocios, la investigación y la ciencia. Fuera del deslumbre de un trabajo en una empresa aeroespacial, la oferta no era ninguna panacea financiera.
El sueldo inicial no sería mayor del que ya tenían, y requería esfuerzo y estudio; sin embargo, el que tomara el reto con valentía encontraría un horizonte sin límites.
A mediados de setiembre del 2006, en la gasolinera Emesa, en el cruce de Liberia, Rónald habló con unos cuantos. Uno le preguntó que cuánto pagaban; otro quería saber cuántos días de vacaciones tendría; otro, si era muy largo llegar a Ad Astra y si el trabajo era muy duro.
Pero uno de ellos, un joven delgado de escasos 18 años, con ojos pícaros y una amable sonrisa, solo quiso saber a qué hora tenía que estar, y prometió llegar a una entrevista al día siguiente.
Su nombre era Carlos Alberto Martínez Castillo, oriundo de Nicaragua e hijo de una familia de agricultores humilde y trabajadora.
Había emigrado con su familia a Costa Rica a los cinco años y completó sus estudios en el Liceo de Brasilia, cerca de Santa Cecilia de Upala, y ahora laboraba como pistero en la gasolinera de Liberia.
Su salario apenas le alcanzaba para alquilar un cuarto en la ciudad, pero lo que le faltaba en dinero le sobraba en carácter.
Excepcional. Único entre los cuatro muchachos que Rónald sondeó, Carlitos llegó a Ad Astra bien plantado al día siguiente, 10 minutos antes de su cita.
La entrevista fue corta; había sacado buenas notas y tenía buenas bases en matemáticas, pero, más que todo, su actitud positiva y ética de trabajo eran evidentes. Concluyó su cita ese día en Ad Astra con un contrato de trabajo como asistente técnico en el taller de la empresa.
Nueve años después, Carlitos se gradúa hoy de la Universidad de Costa Rica con su bachillerato en Informática Empresarial y un futuro brillante.
Su multifacética carrera en Ad Astra, la cual continúa, lo entrenó como técnico en metalmecánica, aprendió el inglés y, en el 2009, sus destrezas en diseño y manufactura lo llevaron a incorporarse a nuestro equipo en Houston, en la fabricación de un magneto interino para el motor de plasma.
Últimamente tomó las riendas de la división de informática en nuestra operación en Liberia. Carlitos es un ejemplo del tipo de jóvenes que siempre buscamos. Supo aprovechar la oportunidad de estudiar que la empresa le facilitó. Su logro es tanto testimonio de la fortaleza de sus valores y esfuerzo personal como de la validez de la misión que emprendimos hace ya casi una década.
En estos nueve años, hemos conocido a muchas y muchos “Carlitos”. Nuestros programas de pasantías nos han traído jóvenes de todos los rincones del país (y también del extranjero), desde las comunidades indígenas hasta las grandes ciudades, desde las familias más humildes a las más privilegiadas.
En el universo empresarial, invertir en la juventud es buen negocio. Hoy felicitamos a Carlos Martínez por su logro personal, y esperamos que por ese sendero vengan de camino otros valientes diciendo también ¡sí se puede!
Franklin Chang Díaz es científico y empresario.