Una influencer en YouTube sobre moda y estilos de vida, Jessica Pettway, falleció en marzo de cáncer de cuello uterino... a los 36 años; esa muerte prematura —y la de tantas otras mujeres— pudo haberse evitado con la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH), que causa aproximadamente el 95 % de los cánceres de este tipo, pero la recibe mucha menos gente de la que debiera.
Un estudio reciente del Programa Nacional de Salud de Escocia (Public Health Scotland) muestra cuán eficaz puede ser esa vacuna para evitar el cáncer de cuello uterino: entre las 40.000 mujeres nacidas entre 1988 y 1996 que recibieron la vacuna antes de los 14 años no hubo ni un solo caso (esto incluye a las que solo recibieron una o dos dosis en lugar del protocolo completo de tres).
La implicación es clara: si todas las mujeres y niñas elegibles del mundo recibieran la vacuna, podríamos eliminar casi la totalidad de los cánceres de cuello uterino.
La vacuna contra el VPH no solo beneficia a las mujeres ni protege solo contra el cáncer de cuello uterino, también lo hace contra cánceres en la cabeza, cuello, ano, pene, vagina y vulva. Además, como habitualmente el VPH se transmite por vía sexual, proteger a los varones implica proteger también a las mujeres. Por eso todos los niños de entre nueve y catorce años —e, idealmente, todas las personas de hasta 45— debieran ser vacunados.
Inmunizar a las niñas
La buena noticia es que ya se pusieron en funcionamiento programas de vacunación contra el VPH en muchos países del norte global, como Australia, Canadá, el Reino Unido y Estados Unidos; y el sur global está recuperando terreno: el año pasado, Bangladés, Camboya, Suazilandia, Indonesia, Nigeria y Togo agregaron la vacuna a sus cronogramas de vacunación, pero para eliminar el cáncer de cuello uterino todos los gobiernos tendrán que sumarse.
La prioridad de los programas eficaces de vacunación contra el VPH es inmunizar a las niñas antes de que comiencen la actividad sexual (la edad recomendada es entre los nueve y los catorce años).
Los programas basados en las escuelas son un buen punto de partida, pero en muchos países no es esperable que todas las niñas —ni siquiera la mayoría— asistan a la escuela. En Nigeria, por ejemplo, más de 12 millones de niños no asisten a la escuela (aproximadamente el 60 % de ellos son mujeres).
Teniendo eso en cuenta, los gobiernos deben trabajar con los líderes, los profesionales de la salud y las organizaciones comunitarios para llegar con las vacunas a los hogares.
Pero vacunar a las niñas no solo implica un desafío logístico, sino también un componente social importante: una encuesta reciente de Behavioral Insights Lab —de la que fui el investigador principal— mostró que el 60 % de quienes tienen niñas de entre nueve y diecisiete años a su cuidado en seis estados nigerianos aceptarían que las vacunen.
La percepción de las comunidades fue uno de los principales determinantes de la postura de los encuestados sobre la vacuna: la mayoría de los cuidadores (el 72 %) informaron de que estarían muy dispuestos a conversar sobre la vacunación contra el VPH con sus familiares y amigos, y quienes sentían que sus familiares y amigos estaban a favor de la vacunación mostraron una mayor propensión a creer que sus niñas serían vacunadas.
Concluimos entonces que es probable que las intervenciones que aprovechan la influencia positiva de familiares y amigos, y alientan la discusión de la vacunación contra el VPH en las redes sociales de los cuidadores aumenten el interés por la vacuna.
Vacunar a los niños también
El conocimiento sobre la vacuna también conlleva una gran diferencia, aunque el tipo de mensaje de las campañas educativas es fundamental. Según el contexto, centrarse en los beneficios generales para la salud más que en su capacidad para evitar enfermedades de transmisión sexual puede ayudar a reducir la estigmatización.
En nuestro estudio, los cuidadores mostraron un 30 % más de probabilidades de vacunar a sus niños contra el VPH si los mensajes que recibían enfatizaban el efecto positivo de la vacuna para el futuro de las niñas.
Además, insistimos, los programas de vacunación no deben dejar de lado a los varones, para quienes la vacuna también representa una intervención económicamente eficiente que podría salvarles la vida.
Los países que ya aprobaron las vacunas contra el VPH —como Australia, Canadá, Hong Kong, Irlanda, los Países Bajos, Nueva Zelanda, Portugal, Corea del Sur, Suiza, el Reino Unido y Estados Unidos— debieran marcar el camino; los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos recomiendan que los niños las reciban entre los 11 y los 12 años de edad.
Quienes no fueron vacunados en la adolescencia también debieran serlo. En el estudio de Escocia, la incidencia del cáncer de cuello uterino en las mujeres que recibieron el protocolo de tres dosis entre los catorce y los veintidós años de edad fue significativamente menor que entre las que no recibieron la vacuna.
De hecho, se puede recibir la vacuna hasta los 45 años (no está claro si puede ser beneficiosa para los mayores de 45 —que probablemente ya hayan estado expuestos al VPH— principalmente porque el cáncer de cuello uterino tarda en aparecer).
Nadie debiera morir por un cáncer que se puede evitar con una vacuna. Ya no podemos salvar a Jessica, pero podemos honrar su memoria —y la de todos aquellos que murieron de cánceres asociados al VPH— ampliando radicalmente el acceso a la vacunación contra el virus del papiloma humano.
Ifeanyi M. Nsofor, miembro sénior del programa Nuevas Voces del Instituto Aspen, es miembro sénior del programa Atlantic Fellows for Health Equity (Equidad Sanitaria) de la Universidad George Washington y miembro innovador de PandemicTech.
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