Durante los últimos meses, el valor de su ROP disminuyó de forma sustancial. La contracción del mercado de valores (el S&P 500 bajó un 20% en lo que va del período), el aumento de las tasas de interés a escala mundial y el crecimiento de la inflación son algunos de los factores contribuyentes a esta situación.
Mucho se han justificado los bancos y otros sobre la disminución de nuestros ahorros para la pensión, pero es una realidad que todas las personas nos vemos afectadas de la misma forma, a pesar de la diferencia en nuestros perfiles individuales de riesgo. Aunque algunas podríamos recuperar esta pérdida con ganancias futuras —recibidas mientras nos pensionamos—, otras, que están a punto de pensionarse, no pueden darse ese lujo.
Por eso, es necesario optar por balancear con distintas formas de inversión combinando portafolios de riesgos con expectativas de retorno en diferentes porcentajes, acordes con las necesidades y posibilidades de cada ahorrante.
Es factible construir portafolios para diversos perfiles de riesgo. La manera más sencilla es usar diferentes proporciones de acciones (renta variable) y bonos (renta fija). Las acciones tienen mayor volatilidad que los bonos, es decir, cuando su valor crece, aumenta más el retorno, pero cuando disminuye hay más probabilidad de pérdida.
Los portafolios con mayor proporción de acciones que buscan más ganancias al tiempo que se aceptan mayores riesgos para perder dinero son adecuados para personas que cuentan con más tiempo para recuperarse, como la gente joven.
A la inversa, portafolios con mayor componente de bonos se centran en la preservación del capital y aceptan menos retorno para reducir el riesgo de pérdida. Este tipo de carteras tienen sentido para personas que necesitan estabilidad, como las que ya están pensionadas o a punto de la jubilación.
Lamentablemente, los administradores de los recursos de las pensiones saben esto, pero deciden consolidar el dinero en un único fondo, presumiendo —de forma errónea— que todos los ahorrantes tienen las mismas necesidades de preservación de capital o de búsqueda de retornos. Y, con mucho pesar, debemos aceptar el hecho de que la Superintendencia de Pensiones (Supén) es cómplice al no haberlos obligado a ofrecer diferentes opciones para invertir los recursos según el perfil de riesgo de cada cotizante, ya sea basado en su edad o en el tiempo restante para pensionarse.
Si bien es cierto que la disminución del mercado y sus efectos negativos son atribuibles a factores externos, es injusto que los bancos no reconozcan la diferencia entre necesidades y vulnerabilidad de una persona adulta mayor pensionada (o por pensionarse) y la que comienza su vida laboral. Una vez más nuestro sistema nos falla.
El autor es economista.
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