Me sorprendió leer el artículo del economista Ottón Solís, titulado “¿Con Israel o con Hamás?” (27/11/2023), quien ha demostrado en diversas ocasiones posiciones claras en asuntos que exigen inequívocas condenas, como lo es el antisemitismo y los discursos de odio.
Sin embargo, su artículo muestra un relativismo moral copiado de quienes se dedican a demonizar y encontrar en Israel al gran culpable del sufrimiento del pueblo palestino.
Lo que olvida o desconoce Solís es la historia y las causas que llevaron a la situación del conflicto árabe-israelí, transformado hoy en israelí-palestino.
Explicado de la manera más sencilla posible, la historia de los últimos 75 años es la de las oportunidades perdidas, debido a los odios e intereses mezquinos de los vecinos de Israel, que no aceptaron (y aún muchos no aceptan) la creación de un Estado para el pueblo judío en su tierra ancestral.
Hamás atacó para “detener y revertir la agresiva colonización de los territorios palestinos en la margen occidental del río Jordán”, dice Solís.
No es cierto. Hamás, sin embargo, que gobierna y somete a su población en Gaza desde el 2007, no nació ni existe para reivindicar ningún válido derecho de autodeterminación del pueblo palestino. Hamás se creó con el fin genocida de exterminar a Israel, los judíos del mundo y el resto de los infieles, como indica en su Carta Fundacional del 18 de agosto de 1988.
Por cierto, no hay presencia israelí en Gaza desde el 2005 y para Hamás y sus aliados el conflicto no es territorial, sino religioso.
Agrega Solís: “La resiliencia del conflicto entre Israel y los palestinos (apoyados por otros países de la región) radica en una gigantesca injusticia cometida contra el pueblo palestino: la permanente invasión y ocupación israelí de grandes partes de ‘su’ territorio”.
La trágica realidad de los palestinos es que no existe “su” territorio, es decir, un Estado palestino independiente, porque desde 1947, en cinco ocasiones, los líderes árabes de Palestina y sus “vecinos hermanos” rechazaron toda oportunidad de crear un Estado propio independiente.
En 1947 (partición de Palestina en la ONU), en 1949 (líneas de armisticio, luego de la guerra de 1948-1949, en 1967 (Guerra de los Seis Días) con los famosos tres noes de la Liga Árabe, rechazando negociar, reconocer o hacer la paz con Israel. En el 2000, Yasir Arafat rechazó la propuesta de Israel de un 93 % de Cisjordania y toda Gaza; en el 2008, Mahmud Abás rechazó una propuesta similar de Israel (los acuerdos de Camp David del 2000) con Jerusalén oriental como su capital.
Sostiene Solís: “Para los sionistas hoy en día en el poder en Israel... la dominación por parte de los judíos de toda la tierra de Israel, la que va desde el río Jordán hasta el Mediterráneo… cualquier medio es válido, aunque signifique irrespetar los derechos humanos de los palestinos y las fronteras del Acuerdo de Partición de 1948″.
Puede que existan grupos ultranacionalistas y extremistas en Israel que aspiren al “Gran Israel”, pero más allá de sus deseos, no todo medio es válido, no porque ellos no quieran, sino porque Israel es un Estado de derecho, la única democracia de Oriente Próximo, donde los extremistas son contrarrestados por el sistema legal y por el rechazo de la mayoría de la ciudadanía.
No son aplaudidos y vitoreados en las calles, como sucede en Gaza y Cisjordania. Las fronteras del Acuerdo de 1948-1949 fueron de armisticio por la guerra y no de partición, y estas no fueron irrespetadas por Israel.
Lo más grave de todo es afirmar que “Israel escogió imitar la crueldad, la vileza y la sed de venganza de Hamás”, que “en lugar de situarse en el pináculo de la rectitud, escogió bajar al lodazal moral habitado por Hamás y competir por ser un vecino aventajado”.
Esta afirmación es un insulto a la inteligencia. Israel ejerce su legítimo derecho a la defensa, guiado por su obligación de proteger a sus ciudadanos y asegurar que las barbaries y atrocidades cometidas por Hamás el 7 de octubre, todas ellas filmadas por sus perpetradores, no se repitan nunca más.
¿Dónde han estado las cómplices organizaciones internacionales mientras Hamás ha usado durante años a su población como escudos humanos, instala cuarteles y armas en hospitales, escuelas y mezquitas, arrebata a niños de sus familias para llevarlos a campamentos de entrenamiento y adoctrinamiento? ¿No ha visto Ottón Solís las imágenes del corredor de evacuación humanitario flanqueado por tanques israelíes, mientras francotiradores de Hamás disparan a su propia gente para disuadirla de abandonar el norte de Gaza? ¿O tampoco se ha enterado de la evacuación de los bebés del hospital Al Shifa a Egipto?
Cuando se apela a la tan mentada “proporcionalidad”, la ley de la guerra remite a la intencionalidad de las acciones. Me extraña que Solís decida omitir que Hamás tiene toda la intención de causar la mayor cantidad de muertes civiles. Por ejemplo, solo en esta ronda, disparó 9.000 misiles a la población israelí, y si causó pocas bajas, es debido a que Israel invierte en construir refugios para su población y armas defensivas que repelen los misiles.
Hamás es uno de los mayores receptores de ayuda internacional, pero invierte en la construcción de refugios subterráneos para sus combatientes y deja expuesta a su población, pues para Hamás sus muertos rinden réditos. Nada más eficiente para la propaganda terrorista que las imágenes de niños y mujeres víctimas de la guerra.
Ciertamente, en toda guerra o conflicto se cometen errores y hasta excesos, pero los esfuerzos de Israel destinados a minimizar las bajas en Gaza son la regla y no la excepción, dando aviso previo para evacuar cuando va a responder a los bombardeos de Hamás y sus asociados. Si Israel se hubiera comportado como Ottón Solís lo describe, la guerra en Gaza habría terminado el 8 de octubre.
“El requisito de un Estado de paz y las guerras necesarias” lo entiende toda persona con claridad moral, pero no así los “falsos pacifistas” que pregonan utopías irrealizables.
Como bien dijo el escritor israelí Amos Oz, referente para muchos, en el entendimiento del conflicto y en la búsqueda de su solución, el problema no está en el uso de la fuerza, sino en la agresión.
Si no fuera por el uso de la fuerza en respuesta a la agresión, hace mucho Israel no existiría. La paz solo se logra después de una guerra que determine la aniquilación de la amenaza y consiga impedir que ella vuelva a surgir. Así ha sido a lo largo de la historia. Y sí, habrá víctimas inocentes, pero estas deberán haber justificado lamentablemente el costo para llegar a una paz que ambos pueblos —el palestino y el israelí— anhelan, y que solo es impedida por los sedientos de odio, como Hamás, que no buscan un Estado o crear mejores condiciones de vida, sino muerte y destrucción.
Por ello, no podemos aceptar la falsa indignación acerca de que, como sostiene Solís, “se nos estaría obligando inevitablemente a escoger entre dos versiones de barbarie”.
La historia de estos 75 años, lamentablemente, solo refleja la permanente autovictimización de un pueblo con el mismo derecho que otros a su autodeterminación, pero que, sin embargo, prioriza la destrucción de su vecino en lugar de la construcción de su Estado y el progreso de su población.
La famosa frase “Free Palestine, from the River to the Sea” (Palestina libre desde el río hasta el mar), para quien conoce la geografía de la región, es un llamamiento genocida a eliminar a Israel.
Estos 75 años arrastran la nefasta herencia de una población cuya responsabilidad se le ha querido endilgar a Israel, pero son los propios “hermanos árabes” quienes han usado a los palestinos, primero, como arma política contra Israel, luego, para renunciar a encontrar soluciones consensuadas que pongan fin al conflicto.
Como resultado, surgieron grupos radicales terroristas, como Hamás y la Yihad Islámica, apoyados por países como Irán y Catar. Aunado a todo esto, está el liderazgo corrupto palestino que se enriquece con el dinero proveniente de las ayudas mundiales y que, por ende, no se traduce en desarrollo ni progreso en los territorios palestinos ni para su población. Amén de los enfrentamientos internos palestinos que, lejos de llegar a la reconciliación, avivan el fuego de la guerra interna que mantienen las distintas facciones.
El problema para los palestinos y el islam radical no es territorial, como cree Ottón Solís; el conflicto no se resolverá solamente con el establecimiento de dos Estados, sino cuando la ideología del odio y la educación para destruir sean erradicadas, cuando el reconocimiento mutuo para vivir uno al lado del otro prevalezca sobre las diferencias, y que estas sirvan para enriquecerse unos a otros, como demuestran los Acuerdos de Abraham.
Por ello, exhorto a que todos los hermanos árabes ayuden y se hagan responsables, junto con Israel, de crear las condiciones para que el pueblo palestino pueda surgir, elimine sus corruptos liderazgos, a los radicales y a los regímenes que los apoyan, para crear un futuro prometedor para los pueblos. Un anhelo no imposible, pero por el que hay que trabajar juntos.
El autor es presidente de Bnai Brith Costa Rica.