¿Soy mujer o soy hombre? Sé que soy un ser humano, lo cual quiere decir que, como los demás, tengo derechos civiles, políticos, económicos y sociales.
¿Son los derechos humanos para todos? Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sí: “Todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos”.
Pero, como sabemos, no existe tal igualdad: ¿Cuánto tiempo hemos luchado por que se reconozcan los derechos de las mujeres ante los de los hombres? ¿Por qué tenemos que andar con miedo en las calles? ¿Por qué la sociedad hace que nos sintamos excluidos si no cumplimos con la hetero-normatividad y las leyes del patriarcado? ¿Por qué, además, debemos definirnos claramente ante una sociedad que lo único que hace es señalarnos, juzgarnos y reprimirnos?
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¿Cuánto tiempo tiene que pasar para ser reconocidos como seres humanos? ¿Por qué la mayoría tiene el derecho de decidir sobre la vida de los pertenecientes a las minorías? Estos y muchos cuestionamientos más dan vueltas en mi cabeza. No consigo entender qué me hace tan diferente a las demás personas.
El derecho al voto fue negado a las mujeres costarricenses durante más de 150 años. Con la instauración del sistema democrático, en 1923 surgió la Liga Feminista de Costa Rica, primera organización en proclamar la lucha por la emancipación de las mujeres. Su presidenta, la abogada Ángela Acuña, luchó por los derechos de las mujeres, hasta que en la Constitución de 1949 se aceptó el voto femenino. El 30 de julio de 1950 las mujeres ejercieron su derecho por primera vez. Fueron 25 años de lucha.
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Votar no garantiza la igualdad. Yéndonos a lo concreto, según la Unidad de Investigación del Inamu, que analiza los datos extraídos del Informe del Programa Estado de la Nación (2013), en la tasa neta de participación en el proceso electoral, según sexo, los hombres alcanzan el 75,2%; la distribución porcentual del desempleo abierto, en los hombres llega al 7,2 y en las mujeres al 10,8; la participación porcentual de hombres y mujeres en servicios domésticos es de un 0,9 para los hombres y un 15,5 para las mujeres. Los números demuestran que no hay igualdad en la vida cotidiana de las personas.
Ahora, hablemos de las personas afrodescendientes. Parece increíble, pero las leyes a lo largo de la historia han protegido las injusticias. Este es el caso de la esclavitud, que hoy nos parece muy lejana, pero con consecuencias hasta la actualidad.
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¿Qué nos hace diferentes? ¿Nuestro color de piel, ojos o cabello? ¿El sexo registral, el género con el que nos identificamos o la identidad sexual? ¿O es nuestra posición socioeconómica?
Bueno, hay subjetividades amparadas por la ley y cuestiones esenciales que simplemente se pasan por alto.
Jazmín Elizondo Arias es profesional del teatro.