La novela “La isla de los hombres solos”, escrita por José León Sánchez, fue y sigue siendo una revelación de un mundo ajeno para muchas personas. Ajeno por extraño y ajeno por los prejuicios que rodean a quienes han vivido en un centro penal.
La obra de Sánchez también es un documento fundamental para comprender la historia y evolución de Costa Rica con respecto al trato hacia las personas que delinquen y, en general, los derechos humanos.
En el siglo XIX, cuando la isla de San Lucas era un centro penitenciario, los castigos físicos de todo tipo (azotes, torturas, privación de alimento y agua) eran habituales en las cárceles, en el trato familiar y hasta en las escuelas.
En 1882, en el gobierno del general Tomás Guardia, se abolió la pena de muerte, lo cual fue bastante inusual en materia penal debido a las costumbres en el continente, pero cambios sustanciales, como promover leyes y acciones que aseguraran al privado de libertad no solo su integridad física, sino también un desarrollo social y espiritual positivos, que permitiera su reinserción en la sociedad, tardaron 70 años en concretarse.
Con estudios más profundos en los campos de la medicina, la psicología y lo judicial, en el siglo XX se transformó la estructura rígida y punitiva de las prisiones clásicas y se promovió la idea de las colonias penales agrícolas.
Esto no solo con la finalidad de lograr un abastecimiento propio para los centros penitenciarios y más económico para el Estado, sino también para procurar trabajo, educación y entretenimiento constructivo a los internos.
Así, en 1958, el centro penitenciario en la isla de San Lucas pasó a ser una colonia agrícola, y con un modesto presupuesto se pudo desarrollar una granja, una sastrería, una escuela y una biblioteca.
Esta última fue un proyecto acogido con gusto por los reclusos, y tuvo varias fases: la primera data de 1915, con pocos libros pero muy solicitados, aunque por un tiempo fue eliminada para dar espacio a la sastrería; después, vino la reapertura, alrededor de 1960, liderada por el escritor José León Sánchez.
Esta biblioteca, según informes del gobierno de principios de la década de los sesenta, llegó a tener miles de volúmenes y fue una iniciativa apoyada con entusiasmo por varios miembros del Consejo Superior de Defensa Social (hoy Ministerio de Justicia), entre los que sobresalen el periodista Joaquín Vargas Gené y el Dr. Manuel I. Guerra Trigueros, mi abuelo, quien fue muy cercano a José León Sánchez.
Durante catorce años, lo apoyó incentivando su gusto por la lectura y le llevaba libros cuando lo visitaba, revisó sus primeros manuscritos, le dio consejos de estilo y lo animó en su carrera de escritor. Como un gesto de estima y reconocimiento, la biblioteca de San Lucas llevó el nombre de mi abuelo.
Mi abuelo atesoró toda su vida un ejemplar de “La isla de los hombres solos”, del primer tiraje efectuado en 1963 en polígrafo y en la propia isla, con una dedicatoria escrita a mano por el mismo José León, donde lo llama “maestro mío” y termina diciendo: “Bendito sea usted por haberme ayudado a cambiar mi vida. Este libro es un homenaje a su nombre”.
Mi abuelo creía firmemente que la cultura transforma a las personas. Todo su trabajo lo hizo desinteresadamente, nunca cobró un salario como miembro del Consejo de Defensa Social. Él y José León provenían de distintos contextos sociales, pero eran semejantes en algo fundamental: su fe en la humanidad y, sobre todo, en la certeza de que la literatura era una ventana a la libertad.
La autora es educadora.
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