Resulta ineludible asociar el nombre de la escritora Julieta Pinto González al concepto más prístino de la solidaridad. Falleció el 22 de diciembre, después de cumplir 101 años de pletórica existencia, pues por medio de su escritura logró retratar las condiciones más dolorosas y de la sociedad costarricense y otorgó voz a quienes, históricamente, no la tenían.
Debe tenerse en cuenta que sus personajes suelen ser mujeres, habitantes de las zonas rurales, niños que se enfrentan a la angustia o la población de los márgenes del entretejido urbano costarricense que se desarrollaba entre las décadas del 60 y 90 del siglo XX. Sus libros, siempre, dejan una estela de reflexión.
Creó su obra literaria sin caer nunca en el vil panfleto político ni el fácil recurso de la demagogia. Por el contrario, fue una observadora serena y crítica del acontecer cotidiano e hizo cada texto con admirable sentido de versatilidad, ya que podía hacer uso del lenguaje depurado y poético como de expresiones rudas, y muchas veces desgarradoras que colocaba en boca de sus personajes. Por ello, Isaac Felipe Azofeifa señaló, en 1967, sobre su libro Si se oyera el silencio, que “el estilo es duro, directo, casi sin adornos, como cortado a tajos”.
Por ejemplo, en su libro A la vuelta de la esquina (1975), la autora elabora cuentos en los que retrata a seres que transitan por San José. Ya para entonces se rompía con la idea de ese país rural y bucólico y volvía la mirada a lo que ocurre en sitios tan conocidos el Parque Central, la avenida central o un desaparecido teatro de variedades llamado Center City.
Por ejemplo, nos presenta a un niño que lustra botas: “¡Jueputa! Los matones parados en la esquina por donde tiene que pasar. Apresura el paso y una mano lo detiene. —Necesito que me limpie los zapatos bien ligero”.
Contra el patriarcado
Debe reconocerse que Julieta Pinto nació en un tiempo en el que no era habitual que una mujer estudiara, y mucho menos que participara de la vida pública e intelectual. Sin embargo, ella se sobrepuso a cualquier imposición del patriarcado y abrió camino. Se graduó como bachiller en el Colegio Superior de Señoritas y obtuvo la licenciatura en Filología, Lingüística y Literatura en la Universidad de Costa Rica. También hizo estudios de posgrado sobre sociología de la literatura en la Universidad de París, Francia.
Asimismo, se desempeñó en cargos públicos en instituciones orientadas al desarrollo de la sociedad costarricense, como el Patronato Nacional de la Infancia (PANI) y el Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS). También destacó en la educación superior, pues fue docente en la Universidad de Costa Rica y una de las profesoras fundadoras y primera directora de la Escuela de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Universidad Nacional.
Por sus múltiples méritos fue designada miembro de número de la Academia Costarricense de la Lengua en 1992. Se desempeñó en esa docta corporación durante veinte años y posteriormente fue nombrada miembro honorario.
Desarrolló su obra literaria en una etapa de madurez, pues publicó su primer título, Cuentos de la tierra, en 1963, cuando ya había cumplido los cuarenta años. A partir de entonces dio a conocer alrededor de una veintena de libros, como La estación que sigue al verano, Los marginados, Historias de Navidad, Tierra de espejismos, El despertar de Lázaro o El lenguaje de la lluvia.
Digno también es su aporte a la literatura infantil, por ejemplo, en su novela David narra en primera persona la situación de un niño que debe permanecer, por razones médicas, semanas en cama. En tres ocasiones recibió el Premio Aquileo J. Echeverría y en 1996 fue condecorada con el Premio Magón, máximo reconocimiento que da el Estado costarricense a una persona que se dedica a la labor cultural.
En la novela El sermón de lo cotidiano (1977) se presenta el encuentro de una bailarina y un sacerdote en un sanatorio. Son seres disímiles que encuentran razones mutuas para existir. El hombre de la iglesia expresa: “Ella está cansada, por esta tensión repetida durante horas, quizás días. Yo también estoy cansado; solo con mis temores, solo ante la incertidumbre que significa mi propia salvación”.
Es necesario pensar en la reedición, lectura y estudio de la obra completa de Julieta Pinto, como una de las mujeres que hicieron una destacada labor creadora y ofreció un retrato de la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX. Posiblemente, Lilia Ramos, en 1978, de manera premonitoria, citaba a Tagore para referirse a esta escritora: “Todo lo que es verdad, permanece”.
El autor es profesor en la UCR.