En esta campaña electoral, algunas personas han sostenido que la mayor amenaza sobre las familias es el reconocimiento de derechos a las parejas del mismo sexo. Esto ha contribuido a despertar sentimientos de discriminación en algunos, que se ven reflejados en actos de violencia contra personas homosexuales o en el cierre de escuelas públicas por parte de algunas madres y algunos padres de familia por temor a que la educación de la afectividad y la sexualidad “vuelva homosexuales” o “pervierta” a sus hijos.
Dado esto, se vuelve necesario hacer una reflexión pausada sobre estos temores, para verificar si ellos se basan en argumentos y evidencia sólida o no. Revisemos algunos que se han presentado.
Contagio. ¿Es la homosexualidad algo que se “contagia” si se reconocen derechos a las parejas homosexuales? En el pasado se creía que la homosexualidad era una enfermedad mental, pero la comunidad científica internacional decidió sacarla de la lista del manual de psiquiatría de uso más extendido (denominado DSM) desde 1973. Hoy sabemos que la homosexualidad es parte de la diversidad humana y que su manifestación no depende de la socialización, educación o ambiente de crianza, sino que es fundamentalmente un producto biológico, por lo tanto algo que no se elige.
Castigo. ¿Allí donde se respeta a la población LGBTI ocurren desastres naturales o alguna clase de catástrofe que alguien pueda atribuir a un castigo divino? Los primeros países en aprobar la unión civil de parejas homosexuales fueron los de Europa del norte, que no son solo los países con mayores niveles de desarrollo humano y bienestar de todo el mundo, sino también de toda la historia de la humanidad; todo lo contrario a alguna especie de castigo divino. Por otra parte, ninguno de los países más retrasados del mundo en su desarrollo ha aprobado esta unión.
Reproducción. ¿Tiene la vida en pareja el único fin de la reproducción? En el pasado se pensaba que las relaciones sexuales debían ser solamente para la reproducción y que el sentir placer era lujuria y, por lo tanto, pecado. Hoy sabemos que la vida sexual y el placer son parte natural e importante de la vida humana y que su sana y responsable experiencia contribuye grandemente al bienestar de las personas.
Desenfreno. ¿Hablar abiertamente de sexualidad contribuye al desenfreno? Algunos todavía creen que si se habla a las personas jóvenes abiertamente sobre sexualidad, placer y métodos anticonceptivos se les está induciendo a empezar relaciones sexuales más temprano y sin ninguna clase de protección. Contrario a esto, la evidencia científica muestra que quienes participan en programas educativos integrales (que incluyen información sobre prácticas sexuales y anticonceptivos) tienden a retardar el inicio de relaciones sexuales, a contagiarse menos de enfermedades de transmisión sexual y a evitar el embarazo adolescente.
Como ha trascendido incluso internacionalmente, nuestra campaña electoral pareciera girar en torno a un único tema: la orientación sexual de las personas, descuidando peligrosamente otros asuntos centrales del desarrollo nacional. Algunos sectores han logrado presentar esta cuestión como una amenaza a las familias, la niñez y la adolescencia. Sin embargo, en honor a la verdad, los argumentos presentados no son de recibo, pues la evidencia científica y los hechos concretos los rechazan de plano.
La verdadera amenaza que se cierne sobre nuestra niñez y adolescencia no es el reconocimiento de derechos a una minoría, sino los graves y persistentes problemas en educación, salud, protección, violencia y pobreza que todos los días afectan e inhiben el desarrollo integral de nuestra población menor de edad, y afecta el desarrollo nacional como un todo.
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Es crucial poner la atención donde deberíamos: las verdaderas amenazas que se ciernen sobre nuestra niñez, adolescencia y familias, en lugar de buscar fantasmas donde no los hay.
Es cierto que las familias son la base de la sociedad, pero lo que importa cuando de familias se habla es la calidad de las relaciones que la constituyen y el afecto entre sus integrantes, no su orientación sexual.
El autor es académico del Instituto de Estudios Interdisciplinarios de la Niñez y la Adolescencia (Ineina) de la UNA.