El informe de la OCDE destaca correctamente las carencias que desde mediados de la década pasada identificamos en nuestra educación.
Para empezar, Costa Rica sufrió una tragedia educativa como resultado del manejo de la crisis de 1979–1983: la cobertura en secundaria, que había subido de un 20% a un 60% entre los años 50 y los 70, cayó al 50% en 1983 y tardó casi dos décadas en recuperar el nivel de 1979. Tal es la causa de que la mitad de la fuerza laboral de hoy no haya ido al colegio.
La cobertura subió sistemáticamente durante los últimos quince años y hoy supera el 90%, pero el esfuerzo debe continuar hasta lograr que todos los jóvenes completen la secundaria.
El cambio no podría ser más claro: la deserción bajó de un 13,2% en el 2006 a un 8,7% en el 2014, y la tasa bruta de matrícula en educación secundaria diversificada (décimo y undécimo), que en el 2000 era de apenas un 44%, hoy es del 81%.
Las brechas de acceso, que efectivamente habían aumentado en el pasado como resultado de la crisis y de la lenta recuperación, vieron una muy notable mejoría durante la última década: para la población de 13 a 17 años, la brecha en asistencia escolar que separaba a los jóvenes urbanos y los rurales, que era del 30% en el 2003, cayó al 7% en el 2013; la brecha que separaba a los jóvenes de mayores y los de menores ingresos bajó del 44% al 17%.
Sigue pendiente la tarea de hacer desaparecer totalmente esas brechas, pero la reducción durante la última década es clara y significativa.
El informe de la OCDE llama la atención sobre nuestros bajos resultados en las pruebas PISA.
Empecemos por decir que Costa Rica ni siquiera participaba en las pruebas PISA. Fue a partir del 2007 que solicitamos nuestro ingreso a estas pruebas y participamos en las del 2009 y 2012. Como esperábamos, nuestros resultados en las tres asignaturas –lectura, ciencias y matemáticas– son bajos para estándares de la OCDE, aunque sean de los más altos de América Latina, solo superados por Chile.
Esto confirmó lo que mostraron también las pruebas Serce y Terce, donde también Costa Rica destaca en el continente latinoamericano, pero sigue lejos de los mejores sistemas educativos.
¿Qué hicimos? A partir de los resultados de Serce, Terce y PISA –así como de las pruebas nacionales– procedimos a transformar integralmente los programas de Matemáticas en una de las reformas más ambiciosas que conozcamos y que continúa su aplicación en nuestras aulas. Transformamos también la enseñanza del Español: se introdujo la enseñanza de la Lógica en secundaria y del desarrollo de la capacidad de razonamiento y argumentación en primaria; y se transformó radicalmente la enseñanza de la lectoescritura desde primer grado y con una reforma de la educación preescolar que incorpora la conciencia fonológica como primer paso para el desarrollo de la lectoescritura.
En Ciencias, siguiendo exitosas prácticas internacionales, se incorporó el aprendizaje a través de la indagación y no de la memorización de resultados: aprender a partir de las preguntas, no de las respuestas.
Pero la calidad educativa va más allá de lo puramente académico. Hoy se habla de la importancia de las soft skills, y fue precisamente ese el eje de nuestras reformas educativas.
El proyecto Ética, estética y ciudadanía enfatizó la importancia de aprender a vivir y a convivir, de desarrollar el gusto y el talento artístico, la creatividad, los valores y destrezas ciudadanas, fomentar la convivencia y el disfrute de la diversidad, promover las prácticas para una vida sana, incluidos el disfrute responsable de la sexualidad y la afectividad y, algo vital, desarrollando la capacidad emprendedora para enfrentar y resolver problemas. Así, promovimos un giro que recuperara la vocación formativa integral de la educación.
Inversión. Es cierto que la inversión educativa ha aumentado significativamente en la última década, y eso es bueno. Pasamos de invertir un 4,7% del PIB en educación (lo que estaba por debajo del mandato constitucional del 6%) a un 7,4% y con la meta de llegar al 8% del PIB.
Aunque el esfuerzo en inversión educativa es muy grande, hay que tener cuidado cuando se dice que invertimos tanto o más que los países de la OCDE: es cierto que invertimos una mayor proporción del PIB pero, en realidad, Costa Rica apenas invierte una tercera parte de lo que los países de la OCDE invierten en educación por cada estudiante, que es lo que realmente cuenta para la calidad educativa: cuánto se invierte por estudiante.
El aumento de nuestra inversión educativa permitió financiar la expansión de la cobertura en preescolar, que ha pasado de un 44% en el 2000 a un 76% en el 2014; y el ya mencionado aumento de la cobertura en secundaria, que pasó de un trágico 44% en el 2000 al 81% en el 2014.
También permitió financiar un notable aumento en la inversión en infraestructura: el presupuesto anual del MEP en este rubro no llegaba a ¢6.000 millones en el 2006, pero superó en promedio los ¢30.000 millones en los últimos cinco años, quintuplicando la construcción de infraestructura educativa, con énfasis en zonas rurales y urbano-marginales.
La mayor inversión educativa permitió financiar la expansión y modernización de nuestra educación técnica: pasamos de 71 a 132 colegios técnicos, lo que permitió expandir la cobertura de 58.000 a más de 97.000 estudiantes en colegios técnicos en los últimos cinco años, aumentando su participación del 18% al 26% del total de estudiantes de ese nivel.
Finalmente, el aumento en la inversión educativa permitió brindar un notable aumento salarial a nuestros docentes, quienes hoy ganan como profesionales que son.
Esto no solo es importante como remuneración justa de la profesión docente sino como un elemento estratégico para atraer a los mejores candidatos a las facultades de educación.
Esto debe enfatizarse porque cómo pretenderíamos que los mejores estudiantes quieran estudiar Educación, si la remuneración de la profesión docente seguía por debajo de las demás profesiones.
Por eso, la mejora de los salarios docentes es fundamental para que mejore también la calidad educativa.
No es suficiente, hace falta seguir avanzando hacia un sistema de evaluación docente, sin duda, pero tener buenos docentes requiere que la remuneración de estos sea justa y atractiva.
El autor es exministro de Educación.