Es necesario tener confianza en el futuro. Sin embargo, pareciera que nos invade el miedo, esa “pasión triste”, en palabras de Spinoza. Vivimos tiempos de cambios complejos y profundos y su velocidad no deja de asombrarnos. Es un buen momento para recordar que la vida social posee una ineludible dimensión ética. Que el presente debe unirnos.
Fomentar la polarización es un acto irresponsable pues produce un daño moral: nos separa a unos de otros. La falta de respeto, la indiferencia o el rechazo son conductas insolidarias, nada cívicas. El debate está llamado a ser un ejercicio racional, pues el miedo paraliza y otorga dominio a otros.
La capacidad para dialogar da vitalidad a una comunidad política. Todos formamos parte de ella. No somos extranjeros en nuestra propia patria. En las sociedades libres, la confrontación de pareceres es algo natural e incluso saludable.
Se dice que la unanimidad de opiniones siempre resulta sospechosa. La tensión es signo de dinamismo en el ágora o plaza pública. Quien piense de forma distinta no debería resultarnos ajeno o indiferente.
Aristóteles mencionaba que somos seres dotados de palabra precisamente para dialogar y discutir sobre lo que es bueno y lo que justo. Esa era la tarea crucial de la polis: determinar entre todos en qué consiste la vida buena y el bien común; qué forma debe tener una sociedad justa y humana. ¿Estamos recorriendo ese camino?
Debemos preservar un mínimo de humanidad en un mundo que se vuelve inhumano, afirmaba la filósofa Hannah Arendt.
La esperanza es una virtud que debe convertirse en una obligación cívica. Y, frente a la cultura del miedo y el lenguaje del odio, esa es la senda para recuperar la confianza. La convivencia lo exige, y esto es algo en lo que conviene reflexionar.
La base de la vida social consiste, según lo formuló Hegel, en que el “yo” se reconozca en el “nosotros”. Las instituciones sociales y, por ende, las políticas deben tener la capacidad de representarnos a todos.
La sociedad civil es de suma importancia. Decía José Ortega y Gasset: “Solo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo. Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde”.
Los ciudadanos debemos tomar las riendas de los cambios sociales. En nuestras comunidades, algunos hemos confirmado que un pequeño grupo de personas puede impulsar grandes cambios. El bien común une. La polarización y el enfrentamiento hacen más complejas las soluciones.
Spes Ultima Dea, “La esperanza es lo último que muere”. El último recurso disponible del hombre. Una virtud democrática que debe inspirarnos hacia la conexión social. Al interés por resolver los asuntos. Al regreso por la vía de los hechos. A tejer vínculos, relaciones humanas y esfuerzos constructivos. A ser capaces de construir una narrativa común. A ser vecinos solidarios.
Las nuevas generaciones tienen sed de conexión y de sentido. Estemos a esa altura, el futuro lo merece.
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Helena Fonseca Ospina es administradora de negocios.