EscucharComo era de esperar, el partido Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia) venció en las elecciones del 25 de setiembre y Giorgia Meloni, su líder, se perfila como la primera mujer jefa de Gobierno en toda la historia del Estado italiano moderno.
Pese a tratarse de un resultado previsible, la conmoción creada por la victoria contundente de la derecha italiana movilizó a las clases políticas europea y atlántica. Son varias las razones que explican la preocupación.
Fratelli d’Italia (FdI) es un partido de corte neofascista, heredero político del Movimiento Social Italiano fundado en 1946 por nostálgicos de Mussolini. Es de ideología ultraconservadora, centralista, homófoba y xenófoba.
En los últimos tiempos, fue abandonando sus posiciones euroescépticas más extremas, pero sigue siendo muy crítico de la burocracia bruselense, y Meloni no esconde su simpatía hacia dirigentes europeos considerados díscolos, como el húngaro Orbán o el polaco Morawiecki. Está por verse cuán cercanos serán del nuevo gobierno, que tomará posesión a finales de octubre, los dirigentes europeos soberanistas del Grupo de Visegrado.
Hermanos de Italia llega al poder como parte de una alianza de derecha formada por los partidos Forza Italia, de Silvio Berlusconi, de derecha tradicional europeísta, y la Liga, de Matteo Salvini, muy fuerte en las regiones del norte, nacionalista y antiinmigrantes.
Si bien estos dos socios de la coalición se muestran muy críticos con la política occidental de ayuda a Ucrania y son descarados admiradores de Vladímir Putin, Meloni condena sin ambages la invasión rusa y se declara abiertamente atlantista.
La política frente a Rusia no es el único tema de fricción entre los miembros de la coalición victoriosa. Los tres socios tampoco están totalmente en sintonía en materia de política económica: Forza Italia se caracteriza por su corte neoliberal y el FdI aboga por un Estado intervencionista y centralista.
En cuanto a la Liga, sus bases de apoyo se encuentran en las ricas regiones industriales del norte, de fuerte tradición regionalista, muy recelosas de las intromisiones de Roma. Tampoco se pueden obviar las rivalidades personales. Berlusconi, con 86 años, no es ni la sombra del político demagogo que fue; Salvini, por su parte, está resentido porque Meloni ganó popularidad a costa de él. A los ojos de ambos, la posición de primus inter pares del FdI, como resultado del veredicto electoral, no deja de ser difícil de aceptar, especialmente porque el partido es liderado por una mujer relativamente joven.
En una cosa sí están de acuerdo los tres: en la necesidad de mantener buenas relaciones con la Unión Europea para recibir lo que queda de los fondos europeos de recuperación pospandémica, de los cuales Italia es la principal beneficiaria. La economía italiana se encuentra en una situación de gran debilidad, no solo por los estragos ocasionados por la pandemia, sino también por la dependencia energética, la enormidad de la deuda y el exiguo crecimiento económico. No hay mucho margen para la experimentación.
Si bien esta “nueva derecha” se beneficiará de una cómoda mayoría en ambas Cámaras, no alcanzó la mayoría calificada que le permita reformar la Constitución. Tendrá que maniobrar con las reglas del juego existentes, que establecen sofisticados mecanismos de pesos y contrapesos para frenar todo intento de concentración del poder en manos del ejecutivo.
A las contradicciones en la coalición misma y la oposición intransigente anunciada por el Partido Democrático, se añadirán la Corte Constitucional y la presidencia como frenos a toda iniciativa del FdI de abandonar los cauces tradicionales de las políticas interna y exterior italianas, tan bien gestionadas por el gobierno saliente de Mario Draghi.
La autora es politóloga.
