Detrás de las carteleras en Nueva Deli que publicitan la cumbre del G20 de este mes, hay barrios bajos cuyos residentes ya no pueden ganarse el pan de cada día. Sus casetas y negocios al borde de la carretera son demolidos para que no empañen la imagen cuidadosamente curada de una India en crecimiento de su primer ministro, Narendra Modi.
Las estadísticas del PIB de la India también se muestran como parte de este ejercicio de “branding y embellecimiento”. Con un crecimiento anual del 7,8 % en el segundo trimestre de este año, la India da la impresión de ser la economía importante de más rápido crecimiento del mundo. Pero, nuevamente, detrás de las carteleras hay luchas humanas a escala masiva. El crecimiento, de hecho, es bajo, las desigualdades aumentan y la escasez de empleos sigue siendo profunda.
Las carteleras pensadas para el G20 que pregonan la última cifra del PIB de la India incluyen una línea misteriosa sobre las “discrepancias”. La discrepancia, normalmente una convención de reporte inocua en las cuentas nacionales, es la diferencia entre el ingreso doméstico (generado gracias a la producción de bienes y servicios) y el gasto (lo que los residentes y extranjeros pagan cuando compran esos bienes y servicios).
En principio, el gasto debería ser igual al ingreso ganado, porque los productores pueden generar ingresos solo cuando otros compran su producción. En la práctica, sin embargo, las estimaciones de ingresos y gastos difieren en las cuentas nacionales en todas partes, porque se basan en datos imperfectos.
Por lo general, esta discrepancia no es relevante a la hora de calcular las tasas de crecimiento, porque el ingreso y el gasto, aun si difieren mínimamente, tienen tendencias similares. Pero hay veces en que las dos series siguen trayectorias muy diferentes, con implicaciones y consecuencias enormes cuando se evalúa el desempeño económico.
Muchos errores
El último informe de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) de la India es un buen ejemplo. Muestra que, si bien el ingreso por la producción aumentó a una tasa anual del 7,8 % en abril-junio, el gasto aumentó solo el 1,4 %. Ambas mediciones claramente contienen muchos errores.
La ONE, de todos modos, considera que el ingreso es el correcto y supone (como lo da a entender su nota de “discrepancia”) que el gasto debe ser idéntico al ingreso ganado. Esta es una violación obvia de las mejores prácticas internacionales. El objetivo de la línea de discrepancia es admitir las imperfecciones estadísticas, no hacerlas desaparecer.
Lo que hace la ONE es enmascarar la realidad de un gasto anémico en un momento en que muchos indios lo están pasando mal, y cuando los extranjeros muestran solo un apetito limitado por los productos indios.
La estrategia apropiada es reconocer que tanto el ingreso como el gasto son agregados macroeconómicos imperfectos, y luego combinarlos para evaluar el estado de la economía. En ese sentido, los gobiernos australiano, alemán y británico ajustan el PIB que reportan utilizando información tanto del lado del ingreso como del gasto.
Asimismo, si bien Estados Unidos utiliza el gasto como su principal métrica de desempeño económico (a diferencia del ingreso en la India), la Oficina de Análisis Económico (OAE) de Estados Unidos toma en cuenta la diferencia muchas veces considerable entre el ingreso y el gasto al reportar el promedio de ambos como su medición compuesta.
Crecimiento engañoso
Cuando aplicamos el método de la OAE a los datos indios, la tasa de crecimiento más reciente cae del 7,8 % al 4,5 % —una marcada caída con respecto al 13,1 % de abril-junio del 2022, cuando el rebote poscovid-19 empezó a provocar la curva actual de bombo publicitario en la India.
Ese excesivo entusiasmo nunca resistió un análisis elemental de los datos, pero ha persistido porque sirve a los intereses de las élites indias e internacionales. Prefieren olvidar que la tasa de crecimiento del PIB de la India era del 3,5 % en el 2019, antes de caer marcadamente durante la pandemia, o que volvió a desacelerarse a un promedio del 3,5 % desde entonces, inclusive después del rebote del gato muerto del 13,1 % en el segundo trimestre del año pasado.
Los últimos datos no solo confirman una desaceleración del crecimiento, sino que también nos alertan sobre las causas subyacentes: las crecientes desigualdades y la escasez de empleo.
Esas desigualdades se reflejan en el mayor contenido de importaciones del gasto doméstico, que subió del 22 % antes de la covid-19 al 26 %. Con la ayuda de un tipo de cambio sobrevaluado, los indios ricos están comprando autos veloces, relojes de oro y carteras de diseñadores —muchas veces en compras compulsivas en Zúrich, Milán y Singapur— mientras que a la gran mayoría le cuesta comprar las necesidades básicas.
Empleo limitado
Los datos también revelan por qué la economía india no logra crear empleos, especialmente los que sustentarían un estándar de vida digno. Más allá de la administración pública, el crecimiento de ingresos más acelerado por lejos en este último trimestre (un 12,1 %) fue en finanzas y bienes raíces.
Esta característica posliberalización del desarrollo indio, hoy aumentada por las empresas de tecnología financiera, genera solo un puñado de empleos para indios altamente calificados. La administración pública también está creciendo de manera robusta, pero esto, también, solo crea oportunidades laborales limitadas.
Entre otros sectores de crecimiento, la construcción (favorecida por el impulso de la infraestructura dado por el gobierno) y los servicios de gama baja (en comercio, transporte y hotelería) esencialmente crean empleos financieramente precarios que dejan a los trabajadores a un paso de una aflicción grave.
El perro que no ladra es la manufactura, la principal fuente de empleo en toda economía en desarrollo exitosa. Luego de décadas de crecimiento desalentador, el desempeño de la industria manufacturera poscovid-19 de la India es particularmente débil. Esto refleja la incapacidad crónica del país para competir en mercados internacionales por productos que requieren mucha mano de obra, un problema agravado por la desaceleración del comercio mundial y la demanda doméstica débil de productos manufacturados, debido a la abrumadora desigualdad de ingresos.
Las autoridades indias optan por desestimar los hechos inconvenientes para hacer alarde de imágenes aparentemente halagüeñas y grandes cifras de cara a la cumbre del G20. Pero están jugando un juego cínico y peligroso. Las estadísticas escurridizas de las cuentas nacionales delatan el deseo de ocultar una desaceleración del crecimiento, desigualdades cada vez mayores y perspectivas laborales lúgubres. Las autoridades harían bien en reconocer y reconsiderar la trayectoria en la que han colocado a la India.
Ashoka Mody es profesor visitante de Política Económica Internacional en la Universidad de Princeton. Anteriormente, trabajó para el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
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