Desde pequeña, en mi casa siempre se habla de muchos temas y la política no es la excepción. Recuerdo que, aunque no pudiéramos votar, les decíamos a mis papás que fuéramos a hacer “molote” a las calles; nos encantaba vivir la fiesta cívica, pitar, saludar, mover banderas, sentir ese “pura vida” del cual los ticos siempre nos sentimos orgullosos y andamos presumiendo.
Era un ambiente electoral que recuerdo con nostalgia porque este año brilló por su ausencia; sin embargo, estas elecciones para mí fueron distintas, aunque no fue mi primera participación en un proceso electoral, es la primera vez que me matriculo 100 % con un candidato, donde algún mal momento para el partido o para él, también significaba un mal momento para mí; donde un logro, un punto más en las encuestas, un comentario positivo o alguien que se sumara con mi candidato, era también mi alegría y me pintaba una sonrisa.
Me preocupaba por convencer a la gente, por colaborar en reducir el abstencionismo. En cada servicio de transporte público en que me montaba, hablaba de política para medir qué tan mal estábamos, y las sorpresas que me llevé son incontables. Ahí empezó mi preocupación por la falta de interés político de mi generación y la inclinación por uno u otro candidato por asuntos que no suman ni restan en la vida cotidiana, a diferencia de problemas realmente importantes como el déficit fiscal más alto en 34 años, el desempleo, el gasto público y la corrupción, entre muchos otros.
Preocupación genuina. Siempre me ha gustado estar informada, pero nunca lo hice con tanta dedicación como para estas elecciones. Al principio, estaba confundida, por lo cual decidí ser responsable y ver una por una mis opciones, leer planes, propuestas, pros y contras y así fue como decidí inclinarme por quien voté.
Un candidato nunca va a tener nuestra total aprobación, siempre vamos a diferir en una que otra cuestión, pero con alguno se comparten más ideas, a quien de verdad queremos ver gobernar nuestro país, a quien le depositamos la confianza de querer impulsarnos para adelante y borrar esa decepción política que sufrimos la mayoría de los costarricenses en los últimos gobiernos.
No sé si solo yo me acosté el domingo 4 con un hueco en el estómago, con decepción y tristeza, así como me levanté el lunes con un vacío y un “simplemente no puedo creerlo”, indignada de mi país, de la ignorancia, irresponsabilidad, falta de interés, fanatismo, decepcionada de la educación, de que la gente decidiera su voto “porque en la calle me dijeron que…”, “porque escuche que…” , en lugar de estudiar bien las propuestas e informarse y un sinfín de sentimientos que con palabras no basta.
Educación. Fueron distintas estas elecciones, por un mal uso de la democracia de la cual gozamos. Siempre hemos estado orgullosos de ella y la hemos sabido disfrutar, así como se sentía bonito saber que en el automóvil de una misma familia, de un lado iban con una bandera y del otro con otra de distinto partido, me sentía feliz y orgullosa de ver esa escena democrática de la cual muchos países no pueden gozar, pero, lamentablemente, me equivoqué, y justo me topé con esta frase certera de Franklin D. Roosevelt: Democracy cannot succeed unless those who express their choice are prepared to choose wisely. The real safeguard of democracy, therefore, is education (La democracia no puede tener éxito a menos que aquellos que expresan su elección estén preparados para elegir sabiamente. La verdadera salvaguardia de la democracia, por lo tanto, es la educación).
Se nos fue la mano y ahora tenemos como resultado el reflejo de una sociedad ignorante e irresponsable. Pensábamos que nuestros mayores problemas eran el déficit fiscal, el desempleo, el gasto público o la corrupción, pero, evidentemente, después del resultado de la primera ronda tenemos clara la respuesta: somos nosotros mismos quienes hundimos a nuestro país con acción y otros con omisión. Costa Rica, ¿qué nos pasó? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿De verdad queremos surgir? ¿Cómo queremos terminar? Son algunas de las muchas preguntas sin respuesta que me hago, pero, como dicen, “cada pueblo tiene el gobernante que merece”.
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Seamos conscientes para esta segunda ronda, ya alcanzamos en la primera el abstencionismo más alto en 64 años, ¿nos sentimos orgullosos de eso?
Por más que muchos no queramos votar por indignación, informémonos por deber a la patria, conversemos, no hay que quejarse, hay que ocuparse, no demos todo por perdido, pongamos nuestro granito de arena y ayudemos a Costa Rica a salir adelante.
La autora tiene 22 años y es estudiante de Derecho.