En cualquier sector de la historia, el concepto de lo actual es muy relativo. En la Ciencia Física podríamos delimitar esa actualidad en el más reciente capítulo de la teoría y experimentación de la Mecánica Cuántica y, concretamente, en la versión de las partículas elementales. Hace aproximadamente cuatro años recibieron el Premio Nobel de Física un estadounidense (Nambu) y dos japoneses (Kobayashi y Maskawa) por el descubrimiento de la ruptura espontánea de la simetría de las partículas elementales.
Este fenómeno de ruptura originaria de la esencia nosotros lo hemos estudiado en el nivel físico, metafísico, gnoseológico y linguístico en un tratado sobre “Teoría de la Gravedad en Einstein” (2001) y en otro sobre “Gravedad y gravitación en Newton”, que ha aparecido en la editorial Guayacán hace pocos días.
El más reciente hallazgo de la Física es el de la llamada “partícula de Dios” o hipotético bosón de Higgs (Físico británico que la postuló hace medio siglo). El experimento en sí es un gran avance en la lucha por conocer la estructura elemental subatómica de la materia. No obstante, persisten dudas tenebrosas sobre su consistencia y su importancia. No aclara sino que confunde muchos conceptos de la Física, tanto clásica como moderna y actual. No es una partícula sino un grupo enorme de partículas virtuales de transporte y enlace de energía electromagnética.
La materia –como hemos demostrado en nuestros tratados– en su última instancia y consistencia es electromagnética e ígnea ( el fuego de Heráclito) y tiene una gravedad intrínseca que es el origen de todas sus manifestaciones materiales, masivas y energéticas.
El fenómeno observado, confundido con el bosón de Higgs, es un proceso muy complejo que exige una formación filosófica que los físicos no suelen tener y, lo que es peor, creen que no la necesitan. Se menciona un nuevo campo de la Física que llaman “campo de Higgs” y lo conciben como un campo universal, cósmico de la materia. Existe la sospecha de que con este concepto se quiera sustituir el campo gravitacional concebido por Einstein en el año 1916, como fundamento de su Teoría General de la Relatividad.
Este campo de Higgs despide un aroma teórico que nos recuerda el tenebroso y sutil éter de la Física Clásica desde Newton.
Una de las mayores genialidades de Einstein fue la predicción del efecto de la gravedad sobre todos los cuerpos, partículas y ondas. Ahora resulta, por error y confusión, que no es la gravedad sino el “campo de Higgs”. Es significativo que el Premio Nobel de este año no se lo adjudicaran a Higgs sino a un estadounidense y a un francés por una innovación que tiene más valor técnico y utilitario que teórico y epistemológico.
El lector que conozca la Física del siglo XX considerará increíble que la gravedad sea excluida del modelo estándar de la constitución de la materia y se le suscitarán en su mente bandadas de ideas escépticas sobre los verdaderos avances de la epistemología interna de la Física.