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La historia se escribe en presente

Al final del día, toda estatua que glorifique un crimen merece morder el polvo.

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Cuando Sadam Huseín fue derrocado, las estatuas que había erigido en su honor por todo Irak fueron derribadas por quienes habían sufrido su puño de hierro. Ni siquiera aquellos que se opusieron a la invasión estadounidense pudieron evitar sonreír al ver la efigie del dictador literalmente bajo los pies del pueblo. Nadie planteó que los iraquíes estaban borrando su historia o faltando el respeto a quien fue durante 24 años presidente de Irak: todos conocían los crímenes de Huseín, y el momento fue visto como una emancipación.








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