Las mujeres ganamos menos, pero pagamos más por los mismos productos, como comprobó el colectivo feminista francés Georgette Sand –cuyo nombre desagravia a la escritora francesa Amandine Aurore Lucile Dupin, quien se rebeló contra los convencionalismos y usó el seudónimo masculino George Sand para que su obra fuera tomada en serio en la Europa del siglo XIX– tras comparar las diferencias de precios de productos similares en versión femenina y masculina.
La asociación encontró que las rasuradoras rosadas cuestan el doble que las azules, que el desodorante con aroma floral cuesta varios euros más que el masculino, igual que el perfume, el champú y otros productos de cuidado personal.
Ese peaje extra o “tasa rosa” de los artículos dirigidos a las consumidoras es injusto desde todo punto de vista, pero indigna en especial porque, en promedio, los hombres ganan un 24% más que las mujeres por los mismos trabajos (esa alarmante brecha varía por país y por oficio hasta alcanzar diferenciales absurdos), según el Informe de Desarrollo Humano 2015 de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
A pesar de que varias investigaciones muestran que solo una minoría dice que el rosado es su color favorito, la tasa rosa ha existido por muchos años, desde que alguien descubrió que distinguir con ese color los productos para mujeres era una estrategia eficaz para aumentar las ventas y encubrir un sobreprecio.
Ya en 1995 la Universidad de California calculó que las estadounidenses pagaban casi $1.400 más al año que los hombres por productos similares.
Las diferencias de precio por sexo se dan en los artículos más comunes como lapiceros, computadoras portátiles, prendas de vestir, zapatos, accesorios de lujo, servicios de peluquería, seguros médicos e incluso en los impuestos que se le asignan a determinados bienes.
En este rubro, el que más ha causado disgusto en el mundo es el llamado “tampon tax”, impuesto selectivo de consumo que se aplica en varios países a los tampones, toallas sanitarias y otros productos de higiene personal femenina, que en Europa alcanza porcentajes hasta de un 22%.
Presión. La asociación Georgette Sand dedicó el último año a denunciar los casos de tasa rosa que ha encontrado en las cadenas de supermercados y animó a la gente a subir a las redes sociales fotos de ejemplos con la etiqueta #womantax. Además, reunió 50.000 firmas para presionar al gobierno a tomar medidas correctivas. Como resultado, el Estado francés hizo una investigación que publicó el pasado diciembre, basado en la comparación de tres tipos de productos y tres tipos de servicios, que demostró que en Francia efectivamente existe la tasa rosa, si bien no es sistemática; en consecuencia, el gobierno se comprometió a ejecutar durante el 2016 un proceso de concertación entre fabricantes, artesanos y distribuidores para reglar la eliminación de todo sobreprecio debido al sexo del consumidor.
Ahora bien, ¿por qué se da la tasa rosa? Según un estudio del Boston Consulting Group citado por Harvard Business Review, las mujeres, que representamos el 40% del total de la fuerza laboral, hemos llegado a manejar la economía global (“Feminomics” o feminización de la economía), pues somos el 70% de la fuerza de consumo del mundo (más del doble de la población de la India y China juntas).
En otras palabras, a pesar de estar peor pagadas, en términos de decisión de consumo tenemos mayor poder. Tomamos entre el 80% y el 90% de las decisiones de compra de autos, electrodomésticos, casas, muebles, medicinas, vacaciones, juegos, seguros, etc., y más de la mitad de las compras en línea. Gastamos más en comida, ejercicios, belleza y ropa; y nos sentimos menos satisfechas con los servicios financieros y de salud.
Estos datos son confirmados por expertas en mercadeo y branding femenino, como Stephanie Holland de Sheconomy, y Gemma Cernuda de Ellas Deciden. Además, somos usuarias dominantes en las redes Facebook, Pinterest e Instagram, donde hacemos sugerencias y comentarios que pueden potenciar o hundir una marca.
Todos estos datos parecen ser bien conocidos por los creadores de la Banca Kristal. Pero el color rosado de la nueva marca bancaria es más que una –controvertible– estrategia de segmentación de mercado y de decoración: según los informes comparativos publicados por el MEIC y por varios medios de comunicación, con la única salvedad de los gastos en salud y educación, la tasa de financiamiento de la rosada tarjeta de crédito Kristal es al menos ocho puntos más alta que la de las tarjetas del propio BCR y las de varios otros bancos. Es decir, ¡es una tarjeta con tasa rosa!
Antes de adquirir una rasuradora o un servicio financiero diferenciado por el color o por otro rasgo referente al género, revisemos si estamos pagando un precio mayor.
Denunciemos la tasa rosa y exijamos que los productos y servicios nos cuesten igual. Recordemos que dominamos el mercado y que el movimiento contra el #womantax no tiene fronteras.