Planteado el escenario de que el presidente Rodrigo Chaves renuncie a la presidencia y se postule a una diputación, voy a analizar un escenario alternativo.
La cuestión de fondo es que el mandatario no se va el 8 de mayo del 2026, no se retira a una cabaña en Purral a escribir sus memorias, ni se marcha a dar clases en una universidad en el extranjero, sino que se queda a seguir siendo protagonista de la vida política costarricense.
Digamos que no se resigna, que considera que su obra no está terminada, que todavía tiene mucho por hacer.
El planteamiento me hace recordar a Dmitri Medvédev. ¿Y qué tiene que ver Dmitri con nuestro presidente? Bueno, puede que mucho.
En el 2008, los dos períodos presidenciales consecutivos de Putin le impedían reelegirse, pero Vladímir no quería soltar el poder, entonces ideó la jugada Medvédev: por su partido y con su apoyo, Rusia Unida, Dmitri sería candidato, sería “su” candidato. De hecho, Medvédev hizo campaña prometiendo que, si ganaba, nombraría a Putin primer ministro.
O sea, no ocultaron la estratagema. Quienes votaron por Medvédev sabían que estaban votando por un primer ministro llamado Putin, que votaban por la continuidad calcada del gobierno.
La campaña la hicieron juntos, proliferaron los afiches en los que se veía a ambos con el lema “Juntos ganaremos”. El 2 de marzo del 2008, Medvédev ganó las elecciones con el 71% de los votos. La legitimidad de la elección es otro tema.
Y cumplió el pacto: designó a Putin presidente del Gobierno Federal, en la práctica, primer ministro. Durante cuatro años, Putin fue un superministro, con poderes aumentados. Todos sabían que el conducto del poder real en el Kremlin pasaba por la oficina de Putin, no por la de Dmitri.
Cuatro años después, para las elecciones del 2012, Dmitri propuso a Putin como candidato, y Putin propuso a Dmitri para encabezar la lista de diputados.
Aquí entra Medvédev en la política nacional: el presidente Chaves apoyaría a un candidato con el acuerdo, sumergido o evidente, de que, si gana la elección en el 2026, lo designe ministro de la Presidencia, con poderes e influencia aumentados; sería un superministro. Sería un cambio de oficina en la Casa Presidencial.
Esta jugada le permitiría seguir en la primera línea de la política nacional y gobernar, designar ministros y otros altos cargos, conservar en sus manos las riendas del país. Surge entonces la pregunta: ¿quién se prestaría a ese juego? Pues mucha gente; la presidencia, aun en ese caso, es un confite apetitoso.
No tendría que ser un candidato manipulable, un “hombre de paja”, un monigote, sino alguien que tenga su propia agenda, sus objetivos, su plan de vida, que incluya ocupar la presidencia.
¿Nombres para ser nuestro Medvédev? Pues varios, en el gabinete los hay. O puede ser un académico, un intelectual, un empresario. Lo que sí debe tener es carisma para ganar las elecciones, porque el apoyo, velado por la prohibición del presidente de participar en política, no sería suficiente.
Esta “figura” debería participar en debates, formular propuestas, recorrer el país y guardar un equilibrio delicado: zafarse de la etiqueta de “candidato de Chaves”, sin criticarlo. Distanciarse sin alejarse. O que el candidato, como hizo Medvédev, revele abiertamente que, si gana, designaría a Chaves en su gabinete. Esto le ahorraría muchas críticas y desarmaría a la oposición, pues podría argumentar que juega limpio, con las cartas claras.
Si esto sucede, que coloque un retrato de Dmitri en su despacho oval de ministro de la Presidencia. Sonriendo.
José María Zonta es escritor.