NUEVA YORK – La acentuada competencia geopolítica internacional por los recursos naturales ha convertido algunos recursos estratégicos en motores de una lucha de poder. Los recursos hídricos transnacionales han llegado a ser una causa particularmente activa de competencia y conflicto, que ha desencadenado una carrera a la construcción de presas y ha provocado cada vez más llamamientos para que las Naciones Unidas reconozcan el agua como un motivo fundamental de preocupación por la seguridad.
El agua es diferente de los demás recursos naturales. Al fin y al cabo, hay substitutos para muchos recursos, incluido el petróleo, pero ninguno para el agua. Asimismo, los países pueden importar combustibles fósiles, minerales y recursos de la biosfera, como pescado y madera de construcción, pero no pueden importar agua --que es esencialmente local-- en gran escala y con carácter prolongado y, menos aún, permanente. El agua pesa más que el petróleo, por lo que resulta muy caro transportarla a lo largo de grandes distancias incluso por conductos (que requerirían de bombas grandes, consumidoras de gran cantidad de energía).
La paradoja del agua es que mantiene la vida, pero puede causar la muerte cuando se convierte en portadora de microbios o adopta la forma de un maremoto, riada, tormenta o huracán. Muchos de los mayores desastres naturales de nuestro tiempo –incluida, por ejemplo, la catástrofe de Fukushima en 2011– han tenido que ver con el agua.
El calentamiento planetario va a afectar cada vez más a los suministros de agua potable, precisamente cuando aumenta el nivel de los océanos y aumenta la intensidad y la frecuencia de las tormentas y otros fenómenos meteorológicos extremos. La rápida expansión económica y demográfica ya ha convertido el acceso suficiente al agua potable en un gran problema en grandes zonas del mundo. Los cambios en los estilos de vida, por ejemplo, han contribuido a un aumento del consumo de agua por habitante, pues el aumento de los ingresos fomenta el cambio de dieta, por ejemplo, en particular un mayor consumo de carne, cuya producción necesita diez veces más agua, por término medio, que las calorías y las proteínas procedentes de las plantas.
Actualmente, la población de la Tierra asciende a un poco más de siete mil millones de personas, pero el ganado en cualquier momento determinado asciende a más de 150.000 millones. La huella ecológica directa del ganado es mayor que la de la población humana y el rápido aumento del consumo de carne es por sí solo una causa de estrés hídrico.
Ya se están dando guerras políticas y económicas por el agua en algunas regiones, reflejadas en la construcción de presas en ríos internacionales y en la diplomacia coercitiva u otros medios para prevenir esas obras. Piénsese, por ejemplo, en la silenciosa guerra del agua desencadenada por la construcción de presas etíopes en el Nilo Azul, que ha provocado amenazas egipcias de represalias militares manifiestas o encubiertas.
En un informe que reflejaba el dictamen conjunto de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos se advertía, el año pasado, que en el próximo decenio la utilización del agua como arma de guerra o instrumento del terrorismo llegaría a ser más probable en algunas regiones. El Consejo de Interacción, compuesto por más de 30 ex jefes de Estado o de Gobierno, ha pedido la adopción de medidas urgentes para prevenir la conversión en Estados fallidos de algunos países que afrontan una grave escasez de agua. Por su parte, el Departamento de Estado de los EE.UU. ha elevado el agua a la categoría de “motivo de preocupación fundamental para la política exterior de los EE.UU”.
En muchos países, la insuficiente disponibilidad de agua local está condicionando cada vez más las decisiones sobre dónde situar las nuevas instalaciones manufactureras y centrales energéticas. El Banco Mundial calcula que esas limitaciones están costando a China el 2,3 por ciento del PIB. Sin embargo, China no está aún en la categoría de Estados con estrés hídrico. Los que sí que lo están y que se extienden desde Corea del Sur y la India hasta Egipto e Israel, están pagando un precio aún mayor por sus problemas con el agua.
Esos países ya han comprendido que el agua es un recurso renovable, pero finito. La capacidad de reabastecimiento de agua de la naturaleza es invariable, lo que limita los recursos de agua dulce utilizable a unos 200.000 kilómetros cúbicos, pero la población humana casi se ha duplicado desde 1970, mientras que la economía mundial ha crecido aún más rápidamente.
Sin embargo, los más importantes aumentos de la demanda de agua no se deben simplemente al crecimiento demográfico y económico ni a una energía, manufactura y producción de alimentos suplementarias para atender los niveles de consumo en aumento, sino también a que la población mundial está engordando. El índice de masa corporal (IMC) medio de los seres humanos ha ido aumentando en el período posterior a la segunda guerra mundial, pero en particular desde el decenio de 1980, pues en los tres últimos decenios la prevalencia de la obesidad se ha duplicado.
Unos ciudadanos más robustos necesitan más recursos naturales, en particular agua y energía. Así, pues, la cuestión no es sólo la de cuántas bocas hay que alimentar, sino también cuánto exceso de grasa corporal hay en el planeta. Por ejemplo, según las conclusiones de un estudio publicado en la revista británica.
Brahma Chellaney Profesor de Estudios Estratégicos en el Centro de Investigaciones Políticas de Nueva Delhi.