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“La querella de las mujeres” fue como se denominó al fenómeno político, filosófico, académico y literario que tuvo lugar desde la Baja Edad Media hasta la Revolución francesa, y que consistió en debatir en torno a la capacidad intelectual de las mujeres y los argumentos alusivos a la supuesta inferioridad natural frente a los hombres.
Los hombres fueron los únicos al principio que formaron parte del debate, unos a favor y otros en contra de su “superioridad natural”, hasta que en el año 1400 se puso sobre la mesa la oposición frente a la misoginia de la época; Christine de Pizan (1364-1430), poeta, historiadora y moralista italiana, educada en la Corte francesa, casada a los 15 años y tras enviudar diez años después, se dedicó a la literatura para alimentar a sus hijos.
Otras mujeres la precedieron en la escritura, como Enheduanna, sacerdotisa acadia a quien se conoce como el primer autor (sí, una mujer) en ser nombrado en toda la historia registrada; Safo, maestra y poeta clásica griega, escribía en la isla de Lesbos hace 2.700 años, y a Egeria, escritora española, se le atribuye el primer libro de viajes; sin embargo, Christine de Pizan es apreciada como la primera en la historia que vivió de su trabajo intelectual, es decir, que facturó por él.
Autora del libro La ciudad de las damas (1405), su obra más célebre y continuada por El tesoro de la ciudad de las damas es considerada en algunos círculos académicos precursora del feminismo occidental. Simone de Beauvoir se refiere a ella como la primera feminista de Europa, porque abarca en su obra temas universales como la condición de la mujer, la historia femenina o el poder político.
Christine de Pizan aparece en la escena intelectual parisina impugnando la obra más popular en ese país durante la Edad Media tardía: Roman de la Rose. La primera parte fue escrita por Guillaume de Lorris hacia el 1225 y continuada cincuenta años más tarde por Jean de Meun, está compuesta por cerca de 22.000 versos cargados con toda clase de discursos y comentarios en contra de las mujeres.
En palabras de la propia escritora y refiriéndose a De Meun: “Y que no se me reproche como locura, arrogancia o presunción el haberme atrevido, yo, una mujer, a reprender y criticar a un autor tan sutil y a regatear elogios a su obra, cuando él, un hombre, solo, se atrevió a difamar y censurar a todo el sexo femenino sin excepción”. Christine puso su pluma al servicio de la querella de las mujeres frente a los prejuicios misóginos de la época, sostenidos, por un lado, por el discurso médico, y por otro, por la doctrina eclesiástica.
En el prólogo de la antología Víctimas y verdugas, el escritor Mauro Armiño narra que la misoginia inunda toda la vida de Occidente durante la Edad Media y nos recuerda que al decretar los padres de la Iglesia la virginidad de la madre de Cristo, se puso de relieve el pecado de Eva, lo que originó la comparación entre Eva, “madre de todos los vivientes”, y María, “madre de todos los cristianos”, dividiendo el mundo femenino entre pureza e impureza de la mujer, incluidas viudas y casadas en esta última categoría. Los escritos misóginos difundidos en Europa mostraron a la mujer como un ser lascivo y culpable, con la manzana del paraíso como metáfora de la desgracia del varón.
La ciudad de las damas comienza retratando la mortificación de Christine hacia el desconcierto e ignorancia en relación con su ser mujer, en la que los textos moralizantes la habían sumido y que resulta en la visita de tres seres celestes que serán nombrados a lo largo de la obra como damas —Razón, Derechura y Justicia—, con la intención de consolar y guiar a Christine en la edificación de una ciudad cimentada y habitada únicamente por mujeres.
Para fundar la ciudad, eligen el Campo de las Letras, un país rico y fértil, y quienes la conforman van desde aquellas que dieron pruebas de sabio gobierno como Nicaula y Fredegunda, mujeres heroicas y guerreras como Semíramis y las amazonas, otras de grandes facultades intelectuales, como Proba la Romana, Safo y la noble Nicostrata, creadora del primer alfabeto latino, mujeres con el don de la profecía, como las sibilas y otras más, que aportaron a los bienes espirituales como santa Catalina y la beata Eufrosina.
Las lecciones a lo largo de la obra son portentosas y su lectura debe hacerse con perspectiva histórica. La ciudad de las damas representa una gran oportunidad para instruirse en la historia de las mujeres, puesto que, tal como reveló Razón a Christine “la ignorancia no sirve de excusa”.
La autora es psicóloga y psicoanalista.
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