Ir en tren a Puntarenas, esa mágica experiencia que, como crueldad suprema, se les negó de un plumazo a las nuevas generaciones
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PorJulio Vindas Rodríguez
Días atrás, saliendo de Puntarenas, experimenté sin proponérmelo un efímero déjà vu con las bocanadas de aire cálido del mar penetrando a empellones por las ventanas del bus, los lejanos contornos de las últimas islas del Golfo, los tramos aún visibles de la antigua vía férrea, y de pronto, ¡oh explosión de recuerdos y nostalgias de tiempos pasados!, cuando mis padres y mis tías me llevaban aún muy carajillo de paseo al Puerto, y por supuesto, ¡en tren!, esa mágica experiencia que como crueldad suprema, se les negó de un plumazo a las nuevas generaciones.
Esta profunda emoción solo podrían comprenderla aquellos que hayan tenido alguna vez la oportunidad de solazarse con el murmullo del “chi-qui-chi-qui” de los vagones rechinando historias sobre la vía férrea. Y es que el tren no solamente es una urgente necesidad y una impostergable solución para agilizar el transporte público y de carga, sino también un nostálgico reencuentro con nuestras raíces vernáculas y un acercamiento a la idiosincrática sencillez de nuestro pueblo.
¡Ah, el tren!, encantador hechizo para los que alguna vez tuvimos la dicha de aspirar desde sus andenes el olor a campo y a boñiga, a tierra mojada y aguacero distante, a hierba recién nacida o recién cortada. Viajar en tren es pasar con el alma en vilo, trashumando la intimidad de pueblos y caseríos regados en la distancia.
Esto, para muchos, es un poco difícil de visualizar, acostumbrados, como estamos, a transitar indiferentes las fachadas de la vida, ese “falso frente” que muestran las casas de nuestros barrios. De verdad que uno se siente exaltado y conmovido por el privilegio de meterse ¡en el propio patio de las casas! Como decía el enorme Carlos Salazar Herrera, “de la angustia de la gente y sus paisajes”. Y es que el tren no pasa “por fuera”, ¡pasa por dentro! Nunca se podría tener más certeza de viajar lúcidamente más vivo que cuando se viaja en tren.
En el tren se puede aspirar el aroma intangible de las begonias, helechos y geranios que cuelgan en el corredor trasero de las casas; el tren atraviesa el solitario corazón de la gente, va pitando por la estrecha longitud del olvido, devora distancias como si fueran durmientes, y de camino, va bendiciendo gallinas, chanchos, vacas, cual blindado y bonachón San Isidro Labrador.
Cuando viajás en tren, te ladran perros trasnochados amarrados a la pata de la cama de sus dueños; en el tren han nacido amores de verdad, (no como esos de cantina y de farándula). Por algo el tren ha sido el medio de locomoción más icónico y legendario, después de los antiguos carromatos y carretas en la historia de la humanidad.
Ya es hora de habilitar de nuevo el servicio de trenes, no solo en la Gran Área Metropolitana, sino también a Puntarenas y a Limón.
jvindasrod@outlook.com
Julio Vindas Rodríguez es profesor, poeta y músico.
Los paseos en tren fueron un encantador hechizo para los que alguna vez tuvimos la dicha de aspirar desde sus andenes el olor a campo y a boñiga, a tierra mojada y aguacero distante. Foto: Archivo LN
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