A 22 meses de que fuera declarada la pandemia y la temporada cero, el sector turístico ha experimentado una afectación hasta 10 veces mayor que cualquier otra actividad productiva nacional.
Según la cuenta satélite de turismo del Banco Central del 2018, publicada el 5 julio del 2021, el turismo producía el 6,6 % del PIB, 245.000 empleos directos y 600.000 indirectos, es decir, el equivalente al 10,5 % de la participación en el empleo directo.
Entraron alrededor de 3,3 millones de turistas al país y salieron 1.078.645 costarricenses, lo cual originaba unos $4.000 millones de ingresos al año y democratizaba el dólar a lo ancho y largo del territorio.
Hoy la realidad es muy diferente. El gobierno anunció, con bombos y platillos, que en setiembre el país recuperó el 93 % de las llegadas de estadounidenses en comparación con el mismo mes en el 2019, lo cual es muy positivo; sin embargo, da una falsa sensación de que el sector está bien, mas la cruda verdad es otra.
Los datos acumulados a octubre demuestran que las llegadas internacionales por vía aérea son un 53 % inferiores al 2019 y un 61,9 % menores, si se consideran los ingresos por aire, mar y tierra.
Los turistas que vienen fomentan la recuperación y generan empleo en los hoteles de cuatro y cinco estrellas, en los hoteles todo incluido y las compañías de alquiler de vehículos, pero el resto de los subsectores, entre ellos, transportistas, turoperadores, guías, restaurantes, parques temáticos, agencias de viajes emisoras, los mismos parques nacionales, los hoteles de montaña y playa de dos y tres estrellas, los hoteles de San José y todo el encadenamiento formal e informal que produce el turismo están sumidos en la pobreza y el abandono.
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Por eso, hay dos caras de la moneda: una es un sector fortalecido en las zonas costeras, principalmente, que está atendiendo a un turismo con poder adquisitivo relativamente alto, y la otra cara de la moneda son las mipymes turísticas —que representan el 85 % de la industria— empobrecidas, minimizadas, abandonadas, sin opciones financieras, sin solidaridad, sin reducción de costos.
Costa Rica tiene atractivos turísticos incomparables, como su naturaleza, la sostenibilidad y su gente. El característico “pura vida” lo están empañando la tristeza, la desesperanza, el desempleo, la no generación de ingresos, la desigualdad social, el deterioro del índice de bienestar social, la pérdida del patrimonio, entre otros.
El turismo se devolvió a los años 90, cuando la oferta era pequeña y controlada por muy pocos actores o empresarios, cuando se contaban con los dedos de la mano la cantidad de frecuencias diarias o semanales de las líneas aéreas y la cantidad de aerolíneas que volaban a Costa Rica.
Hoy el turismo se ha recuperado en materia aérea, pero ¿qué pasa con el resto de los visitantes que ingresaban por mar y tierra?
Hago un llamado al gobierno para que abra los ojos y oídos a las necesidades reales de miles de familias del sector turístico que lo han perdido todo o no tienen con que arrancar el negocio para paliar esta crisis y alcanzar el umbral de la recuperación que, según la Organización Mundial del Turismo (OMT) y la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), será en el 2024.
La autora es presidenta de la Asociación Costarricense de Agencias de Viajes (ACAF).