La pandemia de covid-19 nos deja enseñanzas que debemos analizar para actuar con congruencia en la pospandemia. Hacer frente a una crisis con oportunidad e inteligencia requiere una combinación de conocimientos y competencias que permitan construir una respuesta con una gran probabilidad de ser eficaz ante las necesidades futuras, y asegurar que cuando menos no se dé un retroceso a mediano y largo plazo.
La pandemia puso en cruda evidencia las debilidades de un sistema educativo que no había logrado responder a las demandas actuales. Transitar con determinación del modelo tradicional, centrado en contenidos, a uno enfocado en el desarrollo cognitivo y habilidades clave de los estudiantes (resolución de problemas, pensamiento crítico, colaboración, creatividad) es aún una aspiración, no una realidad.
Por otro lado, la desigualdad ensanchada en los últimos tiempos y la pobreza en elevados índices, y ahora incrementados por la pandemia, agravan la crisis y estrujan aún más las oportunidades educativas de esta población, en esa íntima relación que mantienen la educación y la pobreza.
Soluciones. Sería difícil encontrar personas opuestas a la idea de que los estudiantes más pobres del país tengan acceso a computadoras y a internet en el hogar. No obstante, aunque necesarias, estas condiciones no son suficientes para minimizar el impacto de la pandemia en la educación, ni para superar el rezago acumulado durante décadas.
La percepción de expertos es que la mayoría de los estudiantes que estuvieron conectados en el 2020 avanzaron poco en sus logros de aprendizaje. Recordemos que estos logros son el resultado de un conjunto de factores (los que eliminan barreras y los que operan como facilitadores) que actúan integral y específicamente. En términos generales, la presencia de la tecnología por sí sola no alcanza.
De un lado de la tecnología, hay hogares y estudiantes enfrentando numerosos obstáculos (hacinamiento físico, bajo clima educativo, inseguridad emocional y alimentaria, hábitos de pensamiento poco desarrollados, poca motivación, etc.); y del otro, docentes con competencias digitales limitadas, poca experiencia en el trabajo virtual, debilidades en el dominio práctico de la pedagogía y aun de los contenidos de los programas, confusos y agobiados, frente a la realidad de tener que transformar su mediación abruptamente y con poco acompañamiento.
Se requiere un modelo de gestión completo, con propuestas pedagógicas para el desarrollo de habilidades que incorporen las tecnologías de forma pertinente y específica, asesoría y capacitación al docente, y sistemas de evaluación adecuados.
El MEP y la Fundación Omar Dengo tienen desde hace varios años un programa en más de 2.000 centros educativos, en su mayoría en comunidades rurales, en el que cada alumno tiene una computadora para su uso en el hogar y en la escuela.
Cerca de 80.000 estudiantes están participando en este programa, y el 2020 mostró las múltiples barreras que enfrentan, como el acceso a la conectividad en sus hogares. Los cientos de miles de estudiantes que el MEP ha detectado no cuentan con conectividad en sus hogares, deberían tenerla, pues la política de lucha contra la pobreza y la desigualdad contempla los recursos y el mandato para ello. Sin embargo, sus alcances educativos habrían sido limitados en estos momentos, si no se acompañan de las correspondientes estrategias educativas.
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Cabe señalar que aun países que habían logrado universalizar el acceso a la tecnología en los hogares antes de la pandemia han concentrado sus esfuerzos en recuperar la presencialidad. Esa es la visión que debe imperar. El estadista tiene que pensar tanto en el incendio como en lo que sigue después.
La prioridad del sistema educativo y de toda la sociedad debe centrarse en generar las condiciones para, en primer lugar, retomar cuanto antes la presencialidad. El aula y el centro educativo tienen múltiples efectos positivos, además del aprendizaje, particularmente para los más vulnerables, y la pandemia nos lo ha recordado.
Crear allí las condiciones de seguridad sanitaria y, simultáneamente y sin demora, aprovechar esta crisis para dar el salto que necesita la educación nacional, interviniendo diligentemente en las causas que sabemos vienen generando los pobres resultados educativos que tenemos. Es imperativo aprovechar el quiebre en la inercia que dio la pandemia al sistema.
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Centros educativos seguros y conectados. Afortunadamente hay acceso a las tecnologías en los centros educativos gracias a los programas del MEP y la FOD, que cubren más de 4.100 centros educativos en estos momentos. Y se trabaja intensamente en la implementación de la Red Educativa del Bicentenario para darles una conectividad adecuada en términos de velocidad, seguridad, y articulación interna, mediante un diseño robusto e innovador de RED, según las mejores prácticas internacionales, y no solo simples conexiones individuales.
Pero sobre todo, debemos garantizar que tengamos los mejores docentes, con todos los conocimientos y competencias requeridas, y el acompañamiento suficiente para consolidarlas y actualizarlas. Esas competencias incluyen saber usar las nuevas tecnologías para hacer mejor las cosas (no para hacer lo mismo) y para hacer cosas que eran impensables hasta hace poco, que estimulen el desarrollo cognitivo y la creatividad.
La educación virtual, en las condiciones actuales, funciona como una medida paliativa para aminorar el impacto de la crisis. Si logramos dar el golpe de timón, esta debe finalmente incorporarse como un elemento sistemático y de calidad para complementar la presencialidad y mejorar los resultados educativos.
El uso de las tecnologías para aprender y para enseñar debe trabajarse con criterios específicos de las ciencias del aprendizaje, y sustentarse en la experiencia acumulada, en especial la costarricense: un uso que trascienda la búsqueda de información (particularmente si es indiscriminada y superficial), y la comunicación de carácter meramente administrativo.
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La informática educativa que el MEP junto con la FOD han implementado responde a esos criterios y ha logrado mejorar los resultados de aprendizaje de competencias fundamentales para las nuevas generaciones, al mismo tiempo que desarrolla las competencias digitales avanzadas en estudiantes y docentes, según se desprende de investigaciones y evaluaciones efectuadas. Estos modelos, innovadores y premiados internacionalmente, pueden contribuir de manera eficiente a impulsar los cambios que se requieren.
Debemos evitar que la crisis nos conduzca a parches costosos e insuficientes. Todos los estudiantes del sistema público (y probablemente de gran parte del sistema privado) han sufrido los embates de la pandemia, aun los conectados, pues hay causas estructurales que vienen golpeando la educación nacional desde hace tiempo.
Guardemos un rato las ansias de protagonismo y sumemos voluntades y capacidades para ayudar a que la crisis provoque el gran salto necesario, y no regresar a donde estábamos antes. Solo así habrá esperanza para las nuevas generaciones, y para el país.
Leda Muñoz es directora ejecutiva de la Fundación Omar Dengo (FOD) y Gabriel Macaya, presidente de la Junta Administradora de la FOD.